viernes, agosto 31, 2018

Relatos de la Ascendencia - Snovemdomas

Su mundo se estaba quedando pequeño. Los poderosos Snovemdomas, tan grandes y fuertes como ligeros, habían dominado las tierras más allá de su tundra natal. En un planeta de alta gravedad, su imponente aspecto cubierto de pelo y su larga trompa ocultaban unos cazadores veloces e incansables, de huesos huecos pero resistentes. Eso era lo que les había permitido expandirse, creando pueblos que acabarían convirtiéndose en ciudades, hechas de materiales compuestos y ligeros, como ellos. Los Snovemdomas eran supervivientes, y su intelecto y su tecnología eran tan destacables como sus habilidades para la caza.  
Y, pese a ser sensatos y no abusar de sus territorios de caza, sabían que podían llegar más lejos y descubrir nuevos lugares, no podían ver un final a su expansión.  
Ese deseo había estado alterando las mentes ya de por sí inquietas de los sabios de cada tribu de Snovemdomas, en cada punto del globo, en cada región ocupada. Pero hasta los más sabios necesitaban una autoridad superior para poder encaminar sus pensamientos, y esa autoridad seguía en el lugar de donde surgieron y de la que salieron hacía generaciones. El Dovahmon, el sabio de entre sabios, vivía en la Gran Tundra, pasando el manto del liderazgo a los más dignos. Era él quien tenía la respuesta a todas las preguntas… 
Las delegaciones de cada tribu de los Snovemdomas partieron en peregrinaje hacia la Gran Tundra. Sus hermanos de las tierras heladas les dieron una cálida bienvenida, pues pese a su fiereza, entre congéneres eran una gran familia, por mucho que vivieran tan alejadas unas tribus de otras. Tras descansar tras el largo viaje, los sabios llegados de rincones lejanos pudieron reunirse con el Dovahmon en busca de su consejo. La figura más sabia de los Snovemdomas era un ejemplar cubierto por una mata de pelo densa y grisácea, y que vivía en un domo, aislado del resto de la ciudad más impresionante de la Gran Tundra. Los sabios hablaron, preguntando al Dovahmon qué era lo que podían hacer para que los Snovemdomas llegaran más lejos, qué nuevos terrenos de caza podían encontrar.  
El Dovahmon les reveló la respuesta, una que ya tenía antes incluso de que plantearan sus preguntas. Había estado observando los cielos junto a los más versados científicos, conscientes de la necesidad de su pueblo de avanzar. Fue así como llegó a la conclusión de que los nuevos territorios que su gente ansiaba se encontraban muy lejos de su planeta: estaban allá arriba, en las estrellas. Los científicos de la Gran Tundra realizaron descubrimientos asombrosos, como las grandes esferas que orbitaban las estrellas lejanas.  
La posibilidad de abandonar su mundo hacia esos nuevos hogares era demasiado tentadora, una oportunidad que no podían rechazar. Sin embargo, seguía habiendo dudas sobre si esta empresa pudiera ser en vano si no hubiese mundos que los Snovemdomas considerasen aptos, o si habría competidores dignos de ellos, otras especies inteligentes que pudieran ser enemigas más que aliadas. Las dudas, aun así, no hicieron cambiar el parecer del Dovahmon. Él había observado su mundo, cómo todo había cambiado, y, pese a que sus congéneres no agotaban sus presas, llegaría un momento en que ni la prudencia de los Snovemdomas evitaría la extinción. Los Snovemdomas crecían en número, en fuerza, en velocidad y en resistencia, pero sus presas y sus competidores no habían evolucionado tan rápidamente. Seguramente el gran peligro que el Dovahmon auguraba estaría lejos en el tiempo… o no.  
Los sabios de las tribus siguieron mirando a su líder, decidido a seguir con aquel plan: les dejó claro que el reto de una exploración más allá de su mundo y de su sistema estelar solo era cuestión de tiempo. Les informó de que en la Gran Tundra habían hecho las primeras pruebas de vuelo con naves espaciales que habían conseguido recorrer primero grandes distancias en el cielo de su mundo, y después yendo y viniendo de una de las lunas de su mundo. Los sabios cuchichearon, algunos recordando informes de exploradores que hablaban de misteriosas aves; resultaba que aquellas «aves» en realidad eran los artefactos de los que el Dovahmon hablaba.  
Aun así, hubo sabios que seguían teniendo dudas al respecto, algo que sorprendió al Dovahmon. Estos escépticos recordaron a sus compañeros que el futuro de los Snovemdomas estaba escrito en tantos poemas y tantas profecías, todos contradiciéndose, que no sabían cuál sería el curso verdadero. Evitaban mostrarse como cobardes, solo prudentes, porque el destino de su gente podía ir en cualquier dirección.  
Si era verdad lo que pensaban y se encontraban con otros seres inteligentes, ¿verían realmente éstos a los Snovemdomas como líderes poderosos con los que aliarse, como decía la Profecía de Duroeno? ¿O tal vez los Snovemdomas tuvieran que prepararse para lo dicho en la Canción de Mandenonda, y tener cuidado de no pecar de imprudentes e inocentes? ¿O puede que el Poema del Fin, la profecía más pesimista de todas, se hiciese realidad si los Snovemdomas no luchaban fieramente contra cualquier invasor?  
Tal vez sus dudas estuviesen justificadas en sus cabezas, pero para el Dovahmon estas no tenían sentido. Su especie había sobrevivido a un mundo hostil, se había alzado en regiones impensables, su futura expansión por el Cosmos no sería muy diferente de todo aquello.  
Los Snovemdomas debían forjar su propio destino, les dijo también. No podían depender de aquellas profecías, ni de cuál sería la correcta, si es que alguna lo era. Su especie deseaba llegar a nuevos lugares, no podían dudar ahora que habían encontrado el camino a estos territorios inexplorados. Debían sobrevivir y expandirse, como siempre habían hecho.  

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