miércoles, agosto 15, 2018

Relatos de la Ascendencia - Marmosianos

Las luchas territoriales habían sido lo habitual en la vida de los Marmosianos, desde sus diminutos ancestros hasta las generaciones más actuales. De otra forma, sus vidas habrían sido aburridas: el conflicto era la adrenalina marmosiana, y con los ciclos se había refinado.  
Las feromonas que solían utilizar para rituales de apareamiento y de lucha habían ido cambiando según los propios Marmosianos evolucionaban en su mundo de dura competición. Ya no era que los propios Marmosianos se fuesen volviendo inmunes a dichas feromonas, obligando a realizar cambios en sus rituales; las mismas mezclas químicas habían cambiado hasta el punto de afectar a otras especies. Y, por supuesto, fue algo que los propios Marmosianos supieron usar desde el comienzo.  
¿Por qué luchar ellos mismos por sus propios territorios cuando otros podían hacerlo en su lugar? Aquellas feromonas eran irresistibles, y si alguna vez se desarrollaba una resistencia frente a ella, tardaría generaciones. Y, para entonces, los Marmosianos ya habrían buscado otras especies que hicieran su trabajo. Y, de paso, que sus nuevos lacayos se encargaran de los antiguos.  
El paso del tiempo había convertido a los Marmosianos en vagos expertos. Apenas sí necesitaban unas pocas órdenes para que sus guardianes, entre los que se encontraban algunos de sus anteriormente temidos depredadores, hicieran todo lo que se les pidiera para proteger sus valiosas tierras de cualquier rival. No había quejas, no había peros. Y eso les gustaba, porque no suponía esfuerzo alguno. El esfuerzo había sido desterrado de la vida marmosiana hacía mucho.  
Poco sabían los Marmosianos que, por desgracia para ellos, tendrían que recuperar el ocuparse de sus propios asuntos sin intermediarios.  
 
La población marmosiana crecía mientras expandían sus territorios. Pensaban que tardarían en alcanzar el momento en que no quedara tierra por conquistar, o que nunca llegarían a dominar el planeta, pero aquel día llego antes de lo que esperaban. Y millones de Marmosianos se encontraban confusos, a la par que su población no dejaba de aumentar. El temor a la sobrepoblación era real, los recursos acabarían agotándose y, lo peor de todo, es que los depredadores y otros posibles sirvientes también.  
Con el aumento de la expansión territorial también creció la ferocidad con la que aquellas tierras eran defendidas por las criaturas que los Marmosianos controlaban. Esto llevó a la extinción de muchas especies, y ya que estas eran, en su mayoría, depredadoras, supuso un impacto en las distintas biosferas del planeta, y muchas especies herbívoras experimentaron una explosión demográfica sin precedentes en aquel mundo. Así que los Marmosianos trataron de controlar aquella población de seres dóciles para el pastoreo y aprovechar su carne, aunque también corrían el riesgo de acabar desapareciendo mientras los Marmosianos crecían en número y tamaño.  
Había llegado a un punto en que los clanes marmosianos no tenían más remedio que encontrar una solución y aparcar sus viejas disputas. El futuro de toda su especie estaba en juego, independientemente del destino que esperaba a su planeta como conjunto.  
Las generaciones más jóvenes lo tenían claro: si el planeta se quedaba pequeño, necesitaban más planetas. Algunos aficionados a observar el cielo en sus ratos libres, que entre los Marmosianos eran muchos y amplios, habían construido herramientas de observación que les permitieron ver que aquellos puntos lejanos podían ser similares a la estrella ardiente alrededor de la cual orbitaba su mundo.  
Era normal, también, que estas nuevas generaciones comenzaran a pensar en los viajes espaciales. ¿Y si en aquellas esferas había otros planetas que los Marmosianos pudieran aprovechar? Era lógico pensar en ello: si vivían en un planeta que giraba alrededor de una estrella, ¿por qué no podían existir otros planetas en otras estrellas? Había millones de aquellos puntos de luz, así que no era difícil pensar que la solución estaba allá arriba.  
Los Marmosianos no eran precisamente un pueblo que siguiera a un líder, cada Marmosiano era su propio jefe. Aunque aquello tenía que cambiar, porque los más visionarios, centrados en aquellos misteriosos y utópicos viajes siderales, podían llevarles la delantera. Y nada le gustaba más a un Marmosiano que la competición, pese a que preferían que otros compitiesen por ellos.  
Escuchaban los sueños y anhelos de los más jóvenes con atención. ¿De verdad el Cosmos estaba lleno de otros mundos similares al suyo o incluso mejores? ¿Lugares donde los Marmosianos pudieran seguir adquiriendo nuevos territorios? ¿Y las especies oriundas de aquellos planetas serían tan fáciles de convencer como las de su mundo natal?  
Aquellos deseos de llegar más allá de lo que su planeta podía ofrecerles fueron los que provocaron que, en el conjunto de su especie, los Marmosianos volvieran a ocuparse de sus asuntos en persona tras tantísimas generaciones. A fin de cuentas, no podían enviar a un bruto sin seso o a un dócil animal de pastoreo a investigar sobre la aplicación del tirón gravitacional sobre las futuras naves o a estudiar la adaptación marmosiana a nuevos entornos. No, aquello era tarea para las mentes más destacadas de los Marmosianos. Reservado únicamente para ellos. Y es que, a fin de cuenta, los Marmosians eran muy posesivos aparte de competitivos.  
Aunque tuvieran mucho tiempo libre, no lo habían dedicado casi nunca a la investigación. Aquella nueva rutina pilló a muchos desprevenidos, y los menos capaces, pensaba la mayoría de los clanes, tendrían que quedarse atrás, serían un lastre del que librarse y debían aceptar su destino. Mientras, el resto debía centrarse en conseguir las primeras naves espaciales cuanto antes.  
El deseo de llegar a nuevos mundos, a nuevos territorios de los que adueñarse potenciaba la capacidad de los Marmosianos para conseguir sus logros. Pero, sobre todo, los impulsaba el pensar en los nuevos seres que encontrarían y que, por supuesto, intentarían convencer para convertirse en sus guardianes. Porque podían sacrificarse para investigar y desarrollar sin ayuda externa, podían dejar de ser perezosos durante unos instantes si aquello los llevaba a nuevos mundos; pero lo que había funcionado sin problemas durante tantísimo tiempo a la hora de proteger y conquistar territorios no lo pensaban cambiar por nada de este ni de otro mundo.  
El estilo de vida marmosiano se expandiría por el Cosmos… y triunfaría.  

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