viernes, agosto 10, 2018

Relatos de la Ascendencia - Hanshaks

¿Qué movió a los Hanshaks a desmantelar toda su tecnología y abandonar todos los avances que habían logrado? Algo despertó en sus mentes cuando alcanzaron la cúspide de su progreso, como si todo lo que hubieran logrado hubiese sido poco más que un camino a recorrer y, una vez habían llegado a su destino, ¿por qué volver a recorrerlo?  
Pero seguramente lo que despertó en las mentes de los Hanshaks no fue fruto del progreso, sino más bien del azar. Ni siquiera pensaron en que hubiese sido la casualidad lo que despertara su don latente en sus mentes, volviéndolas más sensibles a los pensamientos propios y ajenos. Ellos atribuían aquella iluminación a unos avances que ya no les eran necesarios.  
Con el paso de los ciclos, los Hanshaks se convirtieron en los líderes espirituales de su mundo. La naturaleza volvió a ocupar su lugar en el planeta, y todas las especies escuchaban, en sus cabezas, las voces de aquellos seres toroidales que habían visto algo más allá de la simple materia. Y escuchaban con atención, dejándose guiar, y viviendo en armonía.  
Y nunca pensaron que, tal vez, algún día, deberían volver al progreso del que habían renegado.
 
 
Muchas voces inundaban la mente del Gran Chamán de los Hanshaks. Todas esas voces eran distintas, pero igualmente claras. Venían de diversos seres, cada uno con su propio idioma, lo que no le impedía comprender sus palabras. Era el Hanshak más longevo, nueve mil órbitas alrededor de su estrella era tiempo suficiente para comprender las lenguas más variopintas, no solamente de su propio mundo, sino también del resto de la galaxia, pues su poder, tal vez por la misma edad, había crecido en el tiempo.  
El Gran Chamán seguía concentrado, sosegado pese a las numerosas olas de pensamiento que recibía. Tantas preocupaciones ajenas, tantos sentimientos contradictorios, tantas ansias, tantos planes… Todo estaba en su mente ahora. Leía esos pensamientos y los asimilaba en la tranquilidad de su meditación.  
Apenas se movía, contemplativo en su interior. Tantos seres en tantos lugares, unos cercanos, otros distantes, llenos de pensamientos que eran incapaces de ordenar. Un pandemónium de ideas y sentimientos estallaba en la cabeza del Gran Chamán cuando se abría a los demás, pero el viejo Hanshak se había habituado. Había encontrado la armonía entre tanto caos, aunque al principio le resultara tan extraño y ajeno.  
La maraña mental que se formaba estaba completamente desordenada, y el más anciano de los Hanshaks se movía por ella sin apenas dificultad. Nueve mil traslaciones eran suficientes también para lidiar con el desorden.  
Lo que su longevidad no le había otorgado era el don de resolver todos sus problemas. Entendía lo que los pensamientos decían, sabía cómo responder a algunos, pero no podía dar respuesta a todas las inquietudes de todos los seres más allá de su mundo.  
Entonces despertó. El anciano Hanshak se movió lentamente, paseando círculos en su habitáculo. ¿Cuánto tiempo había pasado meditando? A veces perdía la noción del tiempo, como en aquella ocasión. Aunque se lo preguntase, realmente era mera curiosidad, no le importaba en absoluto estar meditando el tiempo que fuese necesario, le interesaba más la información valiosa que podía obtener y proporcionar a los millones de mentes preocupadas de la galaxia.  
Seguía, eso sí, frustrado al no poder dar solución a todos los problemas planteados, tratar de ayudar a aquellos seres lejanos a encontrar la paz y la armonía gracias a sus consejos telepáticos. Pero era imposible: ni siquiera él, considerado por muchos como la mayor mente de la galaxia, conocía la respuesta a todo, por mucho que pudiera controlar el rugido incesante de miles de millones de pensamientos.  
No solía admitir, aunque aquella fue de esas veces que el Gran Chamán admitió que intentaba abarcar más de lo que podía, que hasta aquella titánica tarea quedaba muy por encima de sus propias habilidades. Ya que era el único que podía sentir los pensamientos de seres más allá de su mundo, creyó que podía llegar más lejos y asimilarlos todos a la perfección. Ni él podía ser tan poderoso.  
Pero no podía rendirse. ¿No fue él quien, gracias a su habilidad y al despertar telepático de su gente, logró la paz en todo el planeta? Los Hanshaks habían aprendido de otras especies con solo mirar en sus mentes, encontrar los puntos en común, desarrollar una empatía que les era extraña, y alcanzar la armonía deseada. Si fue capaz de aquello, el Gran Chamán podría replicarlo con todas las especies que se encontraban en otros mundos, iguales o distintos al suyo propio.  
A pesar de que, en sus tiempos jóvenes, tanto él como sus congéneres habían rechazado la tecnología pasada, no tuvieron más remedio que recuperar estudios ya largo tiempo olvidados. Consiguieron llegar a la era espacial, preparándose para visitar esos otros mundos, pero el Gran Chamán quería allanar el terreno. Quería asegurarse de que aquellos seres con los que podía contactar en la distancia no serían hostiles y que apreciarían la ayuda de los Hanshaks para resolver los problemas de sus vidas y alcanzar la armonía que ansiaban.  
Tras varias vueltas, decidió volver a su meditación. Esta vez necesitaba concentrarse en algo más concreto. Había visto tantas especies en su mente y durante tanto tiempo que las conocía muy bien. Sabía cuáles eran más receptivos y quiénes más reacios a establecer un enlace telepático con él. El Gran Chamán sondeó en su propia mente, buscando entre los recuerdos de sus conversaciones telepáticas y de los pensamientos que había indagado en todo este tiempo.  
Y lo encontró. Relajó su rechoncho cuerpo, los filamentos que lo cubrían se movían al mismo tiempo, retumbando con los pensamientos que el anciano Hanshak transmitía. Pensamientos que desafiaban la lógica, recorriendo a una velocidad supralumínica la distancia que separaba el mundo natal de los Hanshaks de su destino.  
«Emperador Chamachie de la Ciudad de los Iluminados… Hacía mucho que no hablábamos.»  

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