miércoles, julio 18, 2018

Einok y Zuttei (+18)

Este relato fue mi aporte al concurso de «Empotradoras», organizado por Virginia Buedo y Alister Mairon. Enfrentarse a un relato erótico era un desafío en sí mismo, no solo porque uno no tiene experiencia en estos menesteres, sino por intentar sacar algo diferente, de celebrar la diversidad y el amor... Y en esas cosas sigo siendo muy, muy novato.
Pero lo intenté, y eso es más que suficiente, porque si eliges no intentarlo te quedas con la duda de sí puedes o no; si lo intentas, sabes que puedes (o no), y está la posibilidad de mejorar. Casi 5.000 palabras de entidades cósmicas y sensaciones varias.
Así que, pese a irme con las manos vacías, aquí tenéis el relato completo que presenté. Y puede que no sea erotismo puro y duro, pero yo diría que es mejor tener más de 18 años para seguir adelante... :P


Habían existido durante eones. Dos entidades cósmicas concebidas en la misma región del Universo. No sabían de dónde veían, ni si tenían un propósito, ni siquiera si habría más como ellas. Solo sabían que, desde sus comienzos, nunca se habían separado, esa era su constante.
Igual que siempre supieron sus propios nombres: Einok y Zuttei.
Que no tuvieran un propósito conocido no quería decir que se conformaran con estar quietas. Todo lo contrario: gustaban de viajar juntas por el Cosmos, a su libre albedrío, sin perder detalle de cómo sus alrededores cambiaban con el tiempo. Habían presenciado el nacimiento y la muerte de millones de estrellas, galaxias formándose y chocando entre sí, planetas creados a partir de discos de materia sucios para acabar hechos añicos millones de años después. Dichos eventos las mantenían entretenidas; y más todavía cuando, con un Universo en una calma relativa, la vida se abría paso en sus muchas formas y en multitud de mundos. Las civilizaciones, pináculo evolutivo de muchas especies, se convirtieron en su debilidad.
Su naturaleza curiosa las llevaba a visitar muchas de estas civilizaciones del Cosmos, y empaparse del conocimiento que obtenían. Einok y Zuttei observaban, atentas y en silencio, mayormente intangibles e invisibles, a los mortales, esas criaturas que parecían estar por debajo de ellas; contemplaban sus aciertos y errores, sus virtudes y vicios, sus logros y fracasos.
E incluso habían influido en estas civilizaciones de una forma que, al principio, no creyeron posible. Existían mortales capaces de percibir la presencia de ambas entidades cósmicas, como si fuesen una brisa, o un vacío. Como sus limitados sentidos les impedían comprenderlas completamente, dejaban que la imaginación rellenara los huecos de esa realidad imperceptible. Así fue como tantísimos pueblos proclamaron la existencia de las invisibles fuerzas de la naturaleza, de los espíritus, de los dioses y de los demonios que decidían el destino de sus mundos. Einok y Zuttei nunca se habían identificado con aquellos apodos que recibían, aunque les divertía la forma en que estos seres trataban de definirlas.
Esa diversión era una de tantas cosas que aprendieron en estas incursiones. Se apropiaban de estos conceptos, y los adaptaban a su naturaleza y necesidades. Sabían de la felicidad, la tristeza, la ira o la pereza, entre otras, y habían hecho estos sentimientos suyos.
Irónicamente, aún tenían problemas asimilando otros términos.
Aquellas mentes, que habían visto nacer y morir sistemas estelares enteros, no lograban entender ni el deseo ni la pasión, y mucho menos el placer. Sus existencias estaban ligadas desde el comienzo de los tiempos, nunca habían experimentado una verdadera soledad, siempre estaban la una para la otra… Y, con todo, no sabían lo que era sentir algo más allá de esa compañía. Habían observado en ocasiones a esos seres, supuestamente inferiores, disfrutando de instantes en los que sus uniones eran algo más que estar juntos en un mismo habitáculo. Einok y Zuttei se descubrían a sí mismas ignorantes en algo que los mortales conocían muy bien.
Así que, tras siglos de observación concienzuda de aquellos momentos de pasión íntima y de elucubrar sobre cómo podían llegar a tal estado, decidieron poner en práctica su propia manera de alcanzar el deseo y la pasión, y así llegar al placer.

***

No habían estado nunca en aquel sistema estelar. Con un Universo infinito era mucho más probable encontrarse con novedades que repetir lugares. Einok y Zuttei habían visto toda esa variedad en las muchas estrellas, planetas y civilizaciones que habían visitado. Y ahora, en este nuevo rincón del Cosmos, podrían, por fin, tratar de experimentar lo que tantos mortales conocían.
La estrella mediana, centro del sistema, emitía una luz entre blanquecina y amarillenta cegadora. Einok y Zuttei podían ser entidades cósmicas de eones de edad, pero hasta sus sentidos superiores aún podían verse afectados. Tardaron en adaptarse al brillo de la estrella, y, cuando al fin se aclaró su visión, pudieron distinguir los muchos cuerpos, en su mayoría diminutos como el polvo, que flotaban alrededor de aquella formidable bola de plasma. Destacaban por su tamaño, entre todos, un planeta rocoso e inerte, un turbulento gigante gaseoso magenta, orbitado por decenas de satélites, y otro planeta de gran tamaño, anillado, de hielo y gas. Einok y Zuttei debían resistir su curiosidad al ver tantos mundos nuevos, puesto que aquel no era el momento de entretenerse con esos detalles. Tenían otros asuntos que atender, y comenzaban con la estrella.

«La llama de la pasión». Era una frase que los mortales no se tomaban al pie de la letra, pero ellas no tenían inconveniente en hacerlo. Aquella estrella, tan brillante y cegadora, podía servir para crear el ambiente óptimo. Sus presencias flotaron suavemente hacia el orbe incandescente, minúsculas ante la esfera que escupía radiación al espacio. Era perfecta.
Se acercaron aún más y, en el vacío, hubo un momento de quietud para ambas.
Se sintieron. Se vieron. Se reconocieron.
No tenían una forma concreta. Cada una constituía una alteración casi indetectable del espacio-tiempo; e igual que hacían con su entorno, se percibían la una a la otra de formas que ningún ser material alcanzaría a comprender. Pero esto… era muy diferente.
Nunca se habían planteado fijarse tanto tiempo en aquella compañera que siempre había estado allí. Los alrededores de cada una se agitaban con una fuerza que tampoco habían sentido con anterioridad. Millones de años juntas, múltiples intercambios de información, buenos momentos, una agradable y mutua compañía… Creían conocerse muy bien, solo para sorprenderse ante los nuevos sentimientos de aquel preciso instante. Era muy diferente al hecho de tenerse cerca en el vasto Universo. ¿Cómo habían podido ignorar todo lo que comenzaban a experimentar en aquel intercambio de miradas y sentires? ¿Era esto lo que buscaban? Si no lo era, se acercaba a esa sensación más allá de la compañía. Conectaban a un nivel del que antes no habían sido conscientes.
Una llamarada las envolvió mientras estaban ensimismadas, bañándolas en el plasma ardiente de la estrella. Ellas permanecieron impertérritas ante la oleada de calor, que se retrajo mientras aún estaban fijas la una en la otra. Entonces fue cuando salieron del trance. Percibían no solo el calor residual de aquella llamarada, sino también la materia que se les había adherido.
Una misma idea pasó por sus mentes. Eran entidades que disfrutaban de aquella existencia casi invisible en su deambular cósmico, pero ¿y si necesitaban algo más… físico y material para llamar al deseo y a la pasión que les eran esquivos? Podían hacerlo, les resultaría sencillísimo tomar materiales ajenos para lograrlo.
Einok y Zuttei se lanzaron hacia la estrella. El plasma se pegaba a ellas, dos masas sin forma acercándose a la superficie de la estrella. Aún conectadas de una manera que les resultaba todavía muy nueva, se detuvieron, flotando a pocos kilómetros sobre un infierno abrasador. Viendo que habían reunido suficiente materia en su repentino acercamiento, comenzaron a cambiar.
Einok se estiraba, dándose a sí misma una forma esbelta, rematada en ambos extremos por gran cantidad de tentáculos. El extremo superior se abultaba más, convirtiéndose en una cabeza con tres ojos, dispuestos en un triángulo equilátero, y labios finos justo debajo de ellos. Del cuerpo alargado surgieron cuatro miembros, acabados cada uno en tres largos dedos.
Por su parte, Zuttei la observaba con cuatro grandes ojos en una cabeza de la que sobresalía un largo hocico. Había adquirido un aspecto más redondeado que el de su compañera, sin tentáculos, con solo dos brazos y dos piernas, cada miembro acabado en cuatro dedos que flexionaba constantemente. Una llamarada surgió de su cabeza, dando lugar a una larga cabellera incandescente.
Cada una había adquirido la forma que consideraban más atractiva y funcional para lo que iban a hacer, basándose en lo que vieron durante tanto tiempo de tantas criaturas. Sus mentes seguían conectadas y podrían haber adquirido idénticas formas, pero preferían la variedad. La atracción real ya se había establecido entre ambas; aquellos cuerpos físicos les ayudarían, a partir de ahí, a proporcionarles más sensaciones aún desconocidas.
Una de las manos de Einok pasó sus finos dedos por la cabellera ígnea de Zuttei. El plasma de ambas se unía cuando los dedos tocaban aquel pelo candente. Una oleada de energía recorrió el brazo de Einok desde las yemas, haciéndola estremecer. Zuttei también tembló cuando esa misma energía se extendió desde las puntas hasta la raíz de su cabellera.
Y querían sentir más de aquello.
Más dedos acariciaron aquel cabello, y el cosquilleo aumentaba entre ambas. Los brazos de Zuttei se cerraron lenta y cuidadosamente sobre el largo cuerpo de Einok, acercándolas más, en parte fusionadas gracias al plasma. Estando tan cerca, los tentáculos de la cabeza de Einok se movieron para rozar el hocico y el resto de la cara de Zuttei, aumentando aún más aquel sentimiento tan placentero. Cerraban y abrían los ojos con cada caricia.
El calor que desprendían aumentaba con el simple hecho de estar físicamente tan juntas, envueltas en esa materia prestada.
Tan absortas se encontraban que no sabían que aquella materia seguía acumulándose en ellas, seguían vinculadas a la estrella, y esta iba perdiendo su brillo. Su deseo y su pasión recién hallados absorbían más calor y fuerza del astro, cada movimiento debilitaba la bola de fuego.
Las caricias se volvían más intensas, más frecuentes, y eso hacía que se sintieran más decididas a dar el siguiente paso. El largo hocico de Zuttei rozó las mejillas anaranjadas de Einok, recreándose en el calor y la textura del plasma que las cubría, hasta que alcanzó los labios de su compañera. Solo fue una fracción de segundo, lo suficiente para que, del estremecimiento, la energía entre ambas fuese mayor que la proporcionada por aquella estrella. Aún conectadas al astro, le devolvieron su brillo original, y el exceso de energía provocó un estallido que las envío lejos del orbe que, lentamente, volvía a la normalidad.

Propulsadas por el primer beso y la energía liberada, Einok y Zuttei viajaban abrazadas, fundidas en un único proyectil de plasma que solo pudo ser detenido por el mundo rocoso, el más cercano a la estrella. El impacto liberó una gran polvareda alrededor del enorme cráter que la pareja, aún yaciente, había creado en un desolado valle.
Eso no era todo. El calor que emitían y el plasma que aún las cubría fundían la roca a su alrededor, filtrándose, abriéndose paso por el manto. Aquella tierra yerma en la que se encontraban empezaba a cobrar vida, movida por la unión de ambas entidades. El suelo debajo de Einok y Zuttei temblaba más y más, y ellas se revolvían, aún tumbadas y abrazadas, dejando que el calor y las emociones fluyeran, mientras el paisaje a su alrededor se calentaba y revolvía con ellas. No prestaban más atención que a ellas mismas, a su abrazo, a sus caricias y a sus ligeros besos. Cada pequeño movimiento suponía una descarga de energía, estimulándolas, volviéndolas imparables.
A poca distancia de ellas, un volcán que llevaba milenios dormido despertó con un estallido ensordecedor. A este siguieron más estallos, y la ceniza se elevaba hacia el cielo. La roca fundida, escupida de los volcanes con una fuerza que nunca había recorrido las entrañas de este planeta, caía alrededor de ellas, sin que les importara.
La lava que volaba y aterrizaba cerca y encima de ellas se acumulaba, y sus cuerpos absorbían el nuevo material, junto a la roca que aún no se había derretido. Buscaban alimentar su pasión con más materiales, y a medida que esta crecía sus cuerpos hacían lo propio.
Notaron que la combinación del plasma con la roca, tanto sólida como fundida, daba lugar a una nueva textura. El material fluido comenzaba a saturarse y solidificarse, hasta volverse más rugoso, y eso las animaba a intensificar sus caricias y besos, para tocar y saborear aquella nueva sensación. La roca, en comparación fría con el plasma estelar, irónicamente calentaba aún más el deseo entre ambas entidades.
Einok pasaba sus dedos, ahora pedregosos, sobre la caballera más consistente de Zuttei, jugueteando con los filamentos ahora sólidos. Notaba en las yemas las imperfecciones y la ceniza que caía del cielo y se les adhería, mientras su compañera disfrutaba con ese jugueteo, abrazándola con más fuerza. Como respuesta, los tentáculos inferiores de Einok respondieron con su propio abrazo, deslizándose suavemente y rodeando las piernas de Zuttei, acariciando los muslos y las corvas con delicadeza. Aunque la materia rocosa había hecho que ya no estuvieran fusionadas, conservando la independencia de aquellas formas físicas prestadas, se sentían todavía más unidas que antes.
Cuanto más se acariciaban, besaban y deseaban, más volcanes estallaban, más temblaba la tierra y más oscuro se volvía el cielo. La fricción en las profundidades se ajustaba al ritmo de las entidades cósmicas, una sincronía que solo aumentaba el roce y el calor subterráneos conforme la pasión de Einok y Zuttei crecía. Y justo debajo de la pareja entrelazada comenzó a reanimarse un punto caliente que llevaba eones muerto y congelado. Se alimentaba de la ahora imparable tectónica a su alrededor, a su vez animada por la pareja; hasta que, finalmente, explotó.
Aquel fue el mayor estallido que había experimentado el mundo de piedra en todas sus eras geológicas. Tal era la fuerza de la pasión entre Einok y Zuttei que volvieron a salir despedidas, y aún abrazadas, hacia el espacio, dejando tras de sí ríos de lava, una lluvia de cenizas y grietas ardientes rompiendo la tierra.

La estrella se alejaba más y más todavía, igual que el planeta rocoso, y ahora volcánico, que habían visitado. Delante de ellas se encontraba su siguiente destino. Con los materiales recolectados en su viaje el tamaño de ambas entidades había aumentado considerablemente, y aun así seguían viéndose minúsculas frente al gigante gaseoso de color magenta que las esperaba.
El tiró gravitatorio no tardó en atraparlas. La roca a su alrededor empezó a notar la fricción de las capas más altas de la atmósfera, algunos pequeños pedazos se desprendieron, pero no les importó. Aquel descenso, hasta que las nubes más altas las engulleron, solo propició nuevas sensaciones y emociones. Atravesar las densas capas de nubes era muy diferente de hacerlo en la casi inexistente atmósfera del anterior planeta, y sus cuerpos resistían mientras más y más trozos de la cruda tierra que las envolvía salían disparados.
El no saber cuánto duraría la caída hizo que prestaran más atención a los cambios de sus cuerpos. Einok y Zuttei sentían el calor de la fricción y cómo la rugosidad de la roca iba desapareciendo, hasta que ambas quedaron lisas. No era la fluidez del plasma, ni la tosquedad de la piedra bruta. No podían dejar de tocarse al sentir una nueva experiencia más. Cada pasada de un dedo o de un tentáculo era rápida, placentera, enviando nuevas vibraciones por sus cuerpos.
Sus besos eran resbaladizos, habían perdido la sujeción que tanto el plasma como la roca cruda les habían otorgado en un principio. Lo intentaron varias veces, sin éxito, lo que desgastó aquella reluciente cubierta sólida con rapidez, dejando de nuevo el plasma a la vista. Sus besos se volvían pegajosos, sus labios se fundían de nuevo, y se separaban otra vez, mientras acariciaban sus pulidas superficies. Podían sentir a la vez el ardor de la estrella, la solidez de la roca y la ligereza del viento.
Viento que detuvo su descenso, y ellas dejaron que las balanceara a su merced. Las vueltas y los cambios de dirección las llevaron a una zona de tormentas, furiosa y violenta. La electricidad las recorría, un nuevo estímulo se sumaba a los que ya habían experimentado. En el interior de sus cuerpos ya habían sentido las descargas, pero notarlas además en el exterior las excitó todavía más. La energía que las envolvía y las alimentaba hizo que todo rayo se sintiera atraído, cayendo sobre ellas con toda su fuerza.
No les bastaba con, solamente, acariciarse, abrazarse y besarse. Ahora también susurraban palabras, desde aquellas que el mismo Universo había olvidado hasta las más recientes que habían aprendido en sus curiosas visitas a muchas civilizaciones. Reían y respondían la una a la otra, sintiendo con cada verbo, nombre y adjetivo más cosquilleos y calor.
Los truenos resonaban mientras se besaban y abrazaban, los vientos aullaban con cada caricia y susurro, el poder que aquellas dos entidades tomaban y posteriormente desataban había, una vez más, provocado cambios en sus alrededores. Tornados que rasgaban las nubes empezaban a formarse cerca de ellas, arrasando con todo lo que allí encontraban, excepto con Einok y Zuttei, en el centro de la danza macabra eólica que habían provocado.
Los estratos de nubes se removían y retorcían, al tiempo que los tornados crecían con cada pasada entre gases, y liberaban descargas que cubrían distancias de miles de kilómetros, incluso dando la vuelta por completo al orbe. Tal era el poder de la pasión desatada por las entidades, en apariencia ignorantes de lo que sucedía.
Se intercambiaron unos suaves susurros, asintieron y lo que se dibujaba en sus respectivos rostros podría definirse como una sonrisa. Conscientes más que nunca no solo de sí mismas, sino además de su entorno, dejaron que las tormentas siguieran su curso inevitable, sin dejar de abrazarse y acariciarse en ningún momento. Esperaron pacientemente hasta que encontraron el momento adecuado para impulsarse una tercera vez, ayudadas por su propia energía y por la que tomaban de tornados y rayos. Nada podría escapar la gravedad del gigante gaseoso, nada excepto ellas dos.
Y al salir de aquella atmósfera turbulenta, supieron a dónde dirigirse en esta ocasión, no iba a ser un simple… impulso.

De los muchos satélites que orbitaban al gigante gaseoso, ninguno era atractivo para ellas, excepto uno. Mientras el resto de pequeños mundos parecía poco más que bolas de tierra sucia, la luna a la que se dirigían tenía algo que los demás satélites no.
Vida.
Habían pasado por el plasma de una estrella, el yermo de una vieja roca, y las nubes y tormentas de un gigante. Y, al salir de este último, lo habían percibido claramente. Antes estaban demasiado enfrascadas en la búsqueda del deseo como para dejar que su curiosidad las llevara hasta allí, pero con la pasión aún ardiendo dentro y entre ellas era como si todos sus sentidos se hubieran afinado, y su percepción ya era portentosa de por sí. Jamás habían sentido la vida tan lejos y con tanta intensidad. ¿Era este momento de perfección sensorial realmente fruto del placer? Debía serlo.
Tampoco tuvieron mucho tiempo para dilucidar sobre aquello. La atmósfera de la luna hacía que volvieran a sentir el calor de la entrada, aunque a una escala mucho menor que con el gigante gaseoso. Agarradas fuertemente la una a la otra, resistieron, no dejaron que esta vez nada se desprendiera de ellas, ni siquiera con el violento rozamiento al que estaban sometidas. Su abrazo era más poderoso que cualquier otra cosa en aquel momento.
Conscientes como eran de a dónde se dirigían, se detuvieron a tiempo en su descenso. Vieron un verdor casi inabarcable, lo que parecía ser un bosque, y dejaron que sus cuerpos cayeran hasta allí. Aunque el impacto fue estruendoso, lo que alertó a la fauna, no dejaron un cráter profundo.
Fauna… Estaban de pie, agarradas, oyendo las bestias. Por momentos las voces les eran familiares, pero por otros resultaban cantos tan alienígenas como esperaban. Podrían detenerse a ver y escuchar a esas criaturas, que seguramente estaban huyendo del ruido; pero no lo iban hacer, tenían un asunto por terminar.
Einok tomó la cabellera suave de Zuttei entre sus dedos una vez más. Era curioso sentirla, más caliente por el descenso, en una atmósfera diferente. Le daba un toque distinto, más suave. Zuttei dejó de abrazar a su pareja, y también acarició los tentáculos que salían de la cabeza de Einok. Percibía lo mismo que cuando su compañera jugueteaba con su cabello, y el hocico de Zuttei mostró una sonrisa placentera. Einok respondió con su propia sonrisa.
Juntaron de nuevo sus labios, aún calientes del plasma. Un pequeño beso, seguido de otro, cada vez más frecuentes. Les encantaba la sensación de tener los labios de una pegados a los de la otra, y decidieron que era mejor no volverlos a separar.
Se dejaron caer, pesadamente, y se pusieron a dar vueltas sobre la hierba, fresca pese al calor de aterrizaje y de sus cuerpos. La humedad las empapaba, enfriaba la roca pulida con cada pasada. Y les encantaba sentir las diminutas gotas sobre sus enormes cuerpos al rodar. El rocío hacía que su abrazo, lentamente, dejase de ser tan firme, se volviera mucho más suave, y sus cuerpos se deslizaran y rozaran.
Era distinto a cuando se acariciaban la cara o jugaban con el cabello o los tentáculos, e incluso era diferente a la sensación de apretar sus cuerpos en un abrazo. Aquel tacto hacía que la energía de su interior se revolviera con descargas incluso mayores que las de una tormenta. Sus cuerpos se arqueaban con los roces, revolviéndose ante el flujo de vibraciones que las recorrían sin cesar, y sus bocas se separaron tras el largo beso con gemidos placenteros.
Se miraron, se vieron reflejadas cada una en los muchos ojos de su compañera, de su pareja… de su amada. Tenían ya la certeza de que se aproximaban a la culminación. Y no se iban a detener ahí.
Ya hacía rato que habían dejado de prestar atención a los cantos y chillidos de los animales que aún estaban nerviosos y huidizos, pero ahora, aunque prestaran atención, tampoco los oirían. Solo podían escucharse a sí mismas, al movimiento de un cuerpo contra el otro, al chisporroteo dentro y fuera de ellas, a las manos clavadas firmemente sobre la tierra fértil, a los tentáculos moviéndose en busca de nuevos lugares y placeres, a sus voces en respuesta a todo ello… Solo estaban ellas dos.
Cada roce, cada descarga, cada convulsión… había gran energía en todo ello, y, sin embargo, no había fuerza bruta, no había violencia, no había descontrol. Lo disfrutaban, lo deseaban, lo controlaban, eran dueñas de lo que hacían. Habían refinado lo que durante todo este periplo habían estado desatando y sintiendo, habían alcanzado una maestría en aquella primera vez que a su alrededor nada temblaba, nada se desmoronaba, nada cambiaba. Eran ellas dos y nada más.
Zuttei agarró con una de sus manos la de Einok, luego hizo lo mismo con la otra. Einok, con los otros dos brazos libres, se agarró firmemente a Zuttei. Lo sabían, sabían que estaban llegando. Las manos entrelazadas se convulsionaban con las sacudidas de ambas entidades, sacudidas más frecuentes y poderosas, acompañadas por exclamaciones cada vez más y más altas.
Se alzaron, rozándose, juntas, suspirando. Y cuando la energía acumulada llegó al punto álgido, cuando tras todo lo que habían pasado sus cuerpos ya no podían aguantarlo más, salieron disparadas, lejos del bosque, en una última incursión al espacio…
… Y, antes de salir de la atmósfera de aquella luna, sus voces lanzaron un último y largo gemido.
Llegaron.

Igual que llegaron a su última parada, el gigante de hielo y gas. Distante, casi ajeno al resto de aquel sistema, pero la estrella lo tenía agarrado, girando a su alrededor.
Y ellas dos observaban su lento avance por el Cosmos, frío, con un anillo helado como única compañía. Y hasta ese anillo flotaron Einok y Zuttei, hasta sus partículas de hielo, flotando en un círculo perfecto. Dejaron que las frías motas se adhirieran a sus cuerpos desgastados, todavía calientes por todo lo que habían pasado. Poco a poco, el hielo cubría más superficie, hasta que ni un centímetro estuviera libre de él.
Esperaron debajo del frío. Abrazadas. Exhaustas. Felices. Habían logrado lo que buscaban, habían tenido curiosidad por conocer algo que les era esquivo, y quedaron satisfechas. Por supuesto, no dudarían en volver a repetirlo, o en buscar nuevas sensaciones que las llevaran a la misma conclusión.
Al deseo. A la pasión. Al placer.
Aquellos cuerpos de materia prestada se resquebrajaron. Ya habían cumplido su función, y aún quedaba un Universo infinito ante las entidades cósmicas que, a fin de cuentas, eran.
Einok y Zuttei, libres de la materia cuando los cuerpos se rompieron completamente en millones de fragmentos, emprendieron el viaje fuera del sistema estelar, dejando tras de sí una vibración que, con suerte, algo o alguien descifraría con el tiempo…

***

Aún no salían de su asombro en todo Crona. En el único satélite con vida orgánica orbitando el gigante Towa, los ukogs, la actual especie dominante, habían sido testigos de algo único.
Y quienes más fascinados se encontraban eran los miembros del Consejo de Ciencia, en la Ciudad Iluminada del Norte. Repasaron una y otra vez los acontecimientos que sus observatorios habían recogido, tanto en la superficie como en la órbita. ¿Qué clase de evento cósmico era aquel? ¿Cómo podían explicarlo? ¿Qué consecuencias tendría para su futuro, más allá de lo que ya habían observado?
La siempre reluciente Emera, dadora de vida, brillante en los largos días de Crona, había perdido su fuerza y su brillo durante minutos. Y, sin más, los había recuperado, y descargado una repentina tormenta electromagnética. Crona podría haber desaparecido en ese momento, pero su campo electromagnético y la protección que brindaba Towa evitaron la catástrofe. Los dispositivos orbitales que sobrevivieron a tal estallido recogieron un pico de energía impresionante que no venía solamente de la estrella: había algo más, y que era responsable de alterar temporalmente su astro.
Esas fuerzas debían haber tenido algo que ver con lo que acontecía en Nastro. Las pocas sondas que los ukogs habían enviado en el pasado revelaron que ese planeta rocoso, el más cercano a Emera, llevaba milenios sin apenas actividad geológica, y buena parte de sus volcanes había entrado en erupción prácticamente a la vez. Cuando la rotación de Nastro permitía ver mejor las consecuencias de los estallidos, observaron un gigantesco cráter, que llamaron La Devastación, conectado por ríos de lava al resto de volcanes. Todo ello brillaba con tal intensidad que la atmósfera, llena de ceniza volcánica, no conseguía ocultarlo.
Como tampoco era imposible ocultar el hecho de que, fuera lo que fuese lo que estuviera pasando, también revolvió buena parte del hemisferio norte de Towa. El omnipresente gigante gaseoso presentaba unas formaciones nubosas que ni los modelos predictivos más avanzados de los ukogs habría adivinado. Y bajo aquellas nubes alteradas, bajo los tornados que podrían engullir Crona varias veces, las tormentas eléctricas se habían intensificado. Muchos de los observatorios orbitales aún operativos tras la tormenta electromagnética de Emera sufrieron las consecuencias de la alteración de Towa, pero devolvieron información valiosa antes de freírse. Los observatorios superficiales confirmaron esos datos.
Las imágenes no eran nítidas, pero mostraban un bólido que había descendido desde Towa hasta Crona. Los cálculos llevaron a un grupo de investigadores a un bosque del frondoso Tercer Continente. En un ambiente demasiado caluroso y húmedo, hallaron las marcas de unos cuerpos enormes que habían removido la hierba y la tierra. ¿Habían sido estas misteriosas entidades las responsables de todo lo que estaba ocurriendo en el sistema? ¿Y dónde estaban ahora?
No tardó en llegar la posible respuesta: en los límites del sistema estelar estaba el helado y anillado Suno. Y en su órbita se había detectado un incremento de energía que no se correspondía con nada de lo que habían observado con anterioridad. Debían ser ellas, las entidades, fueran lo que fuesen… o quienes fuesen. Pero una vez pasado Suno… no había nada que detectar. ¿Desaparecieron? ¿Cómo?
Tal vez lo más perturbador de todo aquello fue la misteriosa señal llegada del mismo Suno. Los encargados de estudiarla probaron a descifrarla, sin más resultado que ruido… Durante muchas pruebas, se hizo todo lo posible por averiguar qué decía, hasta que encontraron algo en el espectro audible de los ukogs. Amplificaron aquel descubrimiento, y lo que escucharon les habría resultado curioso, erótico o gracioso en otra ocasión, pero en aquellas circunstancias los paralizó del miedo, y en aquellas personas de ciencia renació el terror de viejos cuentos de espíritus ignotos olvidados tiempo ha.
Se podían oír claramente dos voces, jadeando y riendo de pura satisfacción.

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