Este relato fue mi aporte al concurso de «Empotradoras», organizado por Virginia Buedo y Alister Mairon. Enfrentarse a un relato erótico era un desafío en sí mismo, no solo porque uno no tiene experiencia en estos menesteres, sino por intentar sacar algo diferente, de celebrar la diversidad y el amor... Y en esas cosas sigo siendo muy, muy novato.
Pero lo intenté, y eso es más que suficiente, porque si eliges no intentarlo te quedas con la duda de sí puedes o no; si lo intentas, sabes que puedes (o no), y está la posibilidad de mejorar. Casi 5.000 palabras de entidades cósmicas y sensaciones varias.
Pero lo intenté, y eso es más que suficiente, porque si eliges no intentarlo te quedas con la duda de sí puedes o no; si lo intentas, sabes que puedes (o no), y está la posibilidad de mejorar. Casi 5.000 palabras de entidades cósmicas y sensaciones varias.
Así que, pese a irme con las manos vacías, aquí tenéis el relato completo que presenté. Y puede que no sea erotismo puro y duro, pero yo diría que es mejor tener más de 18 años para seguir adelante... :P
Habían existido durante eones. Dos entidades cósmicas concebidas en la
misma región del Universo. No sabían de dónde veían, ni si tenían un propósito,
ni siquiera si habría más como ellas. Solo sabían que, desde sus comienzos, nunca
se habían separado, esa era su constante.
Igual que siempre supieron sus propios nombres: Einok y Zuttei.
Que no tuvieran un propósito conocido no quería decir que se conformaran
con estar quietas. Todo lo contrario: gustaban de viajar juntas por el Cosmos,
a su libre albedrío, sin perder detalle de cómo sus alrededores cambiaban con
el tiempo. Habían presenciado el nacimiento y la muerte de millones de
estrellas, galaxias formándose y chocando entre sí, planetas creados a partir
de discos de materia sucios para acabar hechos añicos millones de años después.
Dichos eventos las mantenían entretenidas; y más todavía cuando, con un
Universo en una calma relativa, la vida se abría paso en sus muchas formas y en
multitud de mundos. Las civilizaciones, pináculo evolutivo de muchas especies,
se convirtieron en su debilidad.
Su naturaleza curiosa las llevaba a visitar muchas de estas
civilizaciones del Cosmos, y empaparse del conocimiento que obtenían. Einok y Zuttei
observaban, atentas y en silencio, mayormente intangibles e invisibles, a los
mortales, esas criaturas que parecían estar por debajo de ellas; contemplaban
sus aciertos y errores, sus virtudes y vicios, sus logros y fracasos.
E incluso habían influido en estas civilizaciones de una forma que, al
principio, no creyeron posible. Existían mortales capaces de percibir la
presencia de ambas entidades cósmicas, como si fuesen una brisa, o un vacío. Como
sus limitados sentidos les impedían comprenderlas completamente, dejaban que la
imaginación rellenara los huecos de esa realidad imperceptible. Así fue como
tantísimos pueblos proclamaron la existencia de las invisibles fuerzas de la
naturaleza, de los espíritus, de los dioses y de los demonios que decidían el
destino de sus mundos. Einok y Zuttei nunca se habían identificado con aquellos
apodos que recibían, aunque les divertía la forma en que estos seres trataban
de definirlas.
Esa diversión era una de tantas cosas que aprendieron en estas
incursiones. Se apropiaban de estos conceptos, y los adaptaban a su naturaleza
y necesidades. Sabían de la felicidad, la tristeza, la ira o la pereza, entre
otras, y habían hecho estos sentimientos suyos.
Irónicamente, aún tenían problemas asimilando otros términos.
Aquellas mentes, que habían visto nacer y morir sistemas estelares
enteros, no lograban entender ni el deseo ni la pasión, y mucho menos el placer.
Sus existencias estaban ligadas desde el comienzo de los tiempos, nunca habían
experimentado una verdadera soledad, siempre estaban la una para la otra… Y,
con todo, no sabían lo que era sentir algo más allá de esa compañía. Habían observado
en ocasiones a esos seres, supuestamente inferiores, disfrutando de instantes
en los que sus uniones eran algo más que estar juntos en un mismo habitáculo. Einok
y Zuttei se descubrían a sí mismas ignorantes en algo que los mortales conocían
muy bien.
Así que, tras siglos de observación concienzuda de aquellos momentos de
pasión íntima y de elucubrar sobre cómo podían llegar a tal estado, decidieron
poner en práctica su propia manera de alcanzar el deseo y la pasión, y así
llegar al placer.
***
No habían estado nunca en aquel sistema estelar. Con un Universo infinito
era mucho más probable encontrarse con novedades que repetir lugares. Einok y Zuttei
habían visto toda esa variedad en las muchas estrellas, planetas y
civilizaciones que habían visitado. Y ahora, en este nuevo rincón del Cosmos,
podrían, por fin, tratar de experimentar lo que tantos mortales conocían.
La estrella mediana, centro del sistema, emitía una luz entre blanquecina
y amarillenta cegadora. Einok y Zuttei podían ser entidades cósmicas de eones
de edad, pero hasta sus sentidos superiores aún podían verse afectados.
Tardaron en adaptarse al brillo de la estrella, y, cuando al fin se aclaró su
visión, pudieron distinguir los muchos cuerpos, en su mayoría diminutos como el
polvo, que flotaban alrededor de aquella formidable bola de plasma. Destacaban
por su tamaño, entre todos, un planeta rocoso e inerte, un turbulento gigante
gaseoso magenta, orbitado por decenas de satélites, y otro planeta de gran
tamaño, anillado, de hielo y gas. Einok y Zuttei debían resistir su curiosidad
al ver tantos mundos nuevos, puesto que aquel no era el momento de entretenerse
con esos detalles. Tenían otros asuntos que atender, y comenzaban con la
estrella.
«La llama de la pasión». Era una frase que los mortales no se tomaban al
pie de la letra, pero ellas no tenían inconveniente en hacerlo. Aquella
estrella, tan brillante y cegadora, podía servir para crear el ambiente óptimo.
Sus presencias flotaron suavemente hacia el orbe incandescente, minúsculas ante
la esfera que escupía radiación al espacio. Era perfecta.
Se acercaron aún más y, en el vacío, hubo un momento de quietud para
ambas.
Se sintieron. Se vieron. Se reconocieron.
No tenían una forma concreta. Cada una constituía una alteración casi
indetectable del espacio-tiempo; e igual que hacían con su entorno, se percibían
la una a la otra de formas que ningún ser material alcanzaría a comprender. Pero
esto… era muy diferente.
Nunca se habían planteado fijarse tanto tiempo en aquella compañera que
siempre había estado allí. Los alrededores de cada una se agitaban con una
fuerza que tampoco habían sentido con anterioridad. Millones de años juntas,
múltiples intercambios de información, buenos momentos, una agradable y mutua
compañía… Creían conocerse muy bien, solo para sorprenderse ante los nuevos
sentimientos de aquel preciso instante. Era muy diferente al hecho de tenerse
cerca en el vasto Universo. ¿Cómo habían podido ignorar todo lo que comenzaban
a experimentar en aquel intercambio de miradas y sentires? ¿Era esto lo que
buscaban? Si no lo era, se acercaba a esa sensación más allá de la compañía. Conectaban
a un nivel del que antes no habían sido conscientes.
Una llamarada las envolvió mientras estaban ensimismadas, bañándolas en el
plasma ardiente de la estrella. Ellas permanecieron impertérritas ante la
oleada de calor, que se retrajo mientras aún estaban fijas la una en la otra.
Entonces fue cuando salieron del trance. Percibían no solo el calor residual de
aquella llamarada, sino también la materia que se les había adherido.
Una misma idea pasó por sus mentes. Eran entidades que disfrutaban de aquella
existencia casi invisible en su deambular cósmico, pero ¿y si necesitaban algo
más… físico y material para llamar al deseo y a la pasión que les eran
esquivos? Podían hacerlo, les resultaría sencillísimo tomar materiales ajenos
para lograrlo.
Einok y Zuttei se lanzaron hacia la estrella. El plasma se pegaba a
ellas, dos masas sin forma acercándose a la superficie de la estrella. Aún
conectadas de una manera que les resultaba todavía muy nueva, se detuvieron,
flotando a pocos kilómetros sobre un infierno abrasador. Viendo que habían
reunido suficiente materia en su repentino acercamiento, comenzaron a cambiar.
Einok se estiraba, dándose a sí misma una forma esbelta, rematada en
ambos extremos por gran cantidad de tentáculos. El extremo superior se abultaba
más, convirtiéndose en una cabeza con tres ojos, dispuestos en un triángulo
equilátero, y labios finos justo debajo de ellos. Del cuerpo alargado surgieron
cuatro miembros, acabados cada uno en tres largos dedos.
Por su parte, Zuttei la observaba con cuatro grandes ojos en una cabeza de
la que sobresalía un largo hocico. Había adquirido un aspecto más redondeado
que el de su compañera, sin tentáculos, con solo dos brazos y dos piernas, cada
miembro acabado en cuatro dedos que flexionaba constantemente. Una llamarada
surgió de su cabeza, dando lugar a una larga cabellera incandescente.
Cada una había adquirido la forma que consideraban más atractiva y
funcional para lo que iban a hacer, basándose en lo que vieron durante tanto
tiempo de tantas criaturas. Sus mentes seguían conectadas y podrían haber
adquirido idénticas formas, pero preferían la variedad. La atracción real ya se
había establecido entre ambas; aquellos cuerpos físicos les ayudarían, a partir
de ahí, a proporcionarles más sensaciones aún desconocidas.
Una de las manos de Einok pasó sus finos dedos por la cabellera ígnea de Zuttei.
El plasma de ambas se unía cuando los dedos tocaban aquel pelo candente. Una
oleada de energía recorrió el brazo de Einok desde las yemas, haciéndola
estremecer. Zuttei también tembló cuando esa misma energía se extendió desde
las puntas hasta la raíz de su cabellera.
Y querían sentir más de aquello.
Más dedos acariciaron aquel cabello, y el cosquilleo aumentaba entre
ambas. Los brazos de Zuttei se cerraron lenta y cuidadosamente sobre el largo
cuerpo de Einok, acercándolas más, en parte fusionadas gracias al plasma. Estando
tan cerca, los tentáculos de la cabeza de Einok se movieron para rozar el
hocico y el resto de la cara de Zuttei, aumentando aún más aquel sentimiento
tan placentero. Cerraban y abrían los ojos con cada caricia.
El calor que desprendían aumentaba con el simple hecho de estar
físicamente tan juntas, envueltas en esa materia prestada.
Tan absortas se encontraban que no sabían que aquella materia seguía
acumulándose en ellas, seguían vinculadas a la estrella, y esta iba perdiendo
su brillo. Su deseo y su pasión recién hallados absorbían más calor y fuerza
del astro, cada movimiento debilitaba la bola de fuego.
Las caricias se volvían más intensas, más frecuentes, y eso hacía que se
sintieran más decididas a dar el siguiente paso. El largo hocico de Zuttei rozó
las mejillas anaranjadas de Einok, recreándose en el calor y la textura del
plasma que las cubría, hasta que alcanzó los labios de su compañera. Solo fue
una fracción de segundo, lo suficiente para que, del estremecimiento, la
energía entre ambas fuese mayor que la proporcionada por aquella estrella. Aún
conectadas al astro, le devolvieron su brillo original, y el exceso de energía
provocó un estallido que las envío lejos del orbe que, lentamente, volvía a la
normalidad.
Propulsadas por el primer beso y la energía liberada, Einok y Zuttei viajaban
abrazadas, fundidas en un único proyectil de plasma que solo pudo ser detenido por
el mundo rocoso, el más cercano a la estrella. El impacto liberó una gran
polvareda alrededor del enorme cráter que la pareja, aún yaciente, había creado
en un desolado valle.
Eso no era todo. El calor que emitían y el plasma que aún las cubría fundían
la roca a su alrededor, filtrándose, abriéndose paso por el manto. Aquella
tierra yerma en la que se encontraban empezaba a cobrar vida, movida por la
unión de ambas entidades. El suelo debajo de Einok y Zuttei temblaba más y más,
y ellas se revolvían, aún tumbadas y abrazadas, dejando que el calor y las
emociones fluyeran, mientras el paisaje a su alrededor se calentaba y revolvía
con ellas. No prestaban más atención que a ellas mismas, a su abrazo, a sus
caricias y a sus ligeros besos. Cada pequeño movimiento suponía una descarga de
energía, estimulándolas, volviéndolas imparables.
A poca distancia de ellas, un volcán que llevaba milenios dormido
despertó con un estallido ensordecedor. A este siguieron más estallos, y la
ceniza se elevaba hacia el cielo. La roca fundida, escupida de los volcanes con
una fuerza que nunca había recorrido las entrañas de este planeta, caía
alrededor de ellas, sin que les importara.
La lava que volaba y aterrizaba cerca y encima de ellas se acumulaba, y sus
cuerpos absorbían el nuevo material, junto a la roca que aún no se había derretido.
Buscaban alimentar su pasión con más materiales, y a medida que esta crecía sus
cuerpos hacían lo propio.
Notaron que la combinación del plasma con la roca, tanto sólida como
fundida, daba lugar a una nueva textura. El material fluido comenzaba a
saturarse y solidificarse, hasta volverse más rugoso, y eso las animaba a
intensificar sus caricias y besos, para tocar y saborear aquella nueva
sensación. La roca, en comparación fría con el plasma estelar, irónicamente calentaba
aún más el deseo entre ambas entidades.
Einok pasaba sus dedos, ahora pedregosos, sobre la caballera más
consistente de Zuttei, jugueteando con los filamentos ahora sólidos. Notaba en
las yemas las imperfecciones y la ceniza que caía del cielo y se les adhería,
mientras su compañera disfrutaba con ese jugueteo, abrazándola con más fuerza.
Como respuesta, los tentáculos inferiores de Einok respondieron con su propio
abrazo, deslizándose suavemente y rodeando las piernas de Zuttei, acariciando
los muslos y las corvas con delicadeza. Aunque la materia rocosa había hecho
que ya no estuvieran fusionadas, conservando la independencia de aquellas
formas físicas prestadas, se sentían todavía más unidas que antes.
Cuanto más se acariciaban, besaban y deseaban, más volcanes estallaban,
más temblaba la tierra y más oscuro se volvía el cielo. La fricción en las
profundidades se ajustaba al ritmo de las entidades cósmicas, una sincronía que
solo aumentaba el roce y el calor subterráneos conforme la pasión de Einok y
Zuttei crecía. Y justo debajo de la pareja entrelazada comenzó a reanimarse un
punto caliente que llevaba eones muerto y congelado. Se alimentaba de la ahora
imparable tectónica a su alrededor, a su vez animada por la pareja; hasta que,
finalmente, explotó.
Aquel fue el mayor estallido que había experimentado el mundo de piedra
en todas sus eras geológicas. Tal era la fuerza de la pasión entre Einok y Zuttei
que volvieron a salir despedidas, y aún abrazadas, hacia el espacio, dejando
tras de sí ríos de lava, una lluvia de cenizas y grietas ardientes rompiendo la
tierra.
La estrella se alejaba más y más todavía, igual que el planeta rocoso, y
ahora volcánico, que habían visitado. Delante de ellas se encontraba su siguiente
destino. Con los materiales recolectados en su viaje el tamaño de ambas
entidades había aumentado considerablemente, y aun así seguían viéndose minúsculas
frente al gigante gaseoso de color magenta que las esperaba.
El tiró gravitatorio no tardó en atraparlas. La roca a su alrededor
empezó a notar la fricción de las capas más altas de la atmósfera, algunos
pequeños pedazos se desprendieron, pero no les importó. Aquel descenso, hasta
que las nubes más altas las engulleron, solo propició nuevas sensaciones y
emociones. Atravesar las densas capas de nubes era muy diferente de hacerlo en
la casi inexistente atmósfera del anterior planeta, y sus cuerpos resistían
mientras más y más trozos de la cruda tierra que las envolvía salían
disparados.
El no saber cuánto duraría la caída hizo que prestaran más atención a los
cambios de sus cuerpos. Einok y Zuttei sentían el calor de la fricción y cómo
la rugosidad de la roca iba desapareciendo, hasta que ambas quedaron lisas. No
era la fluidez del plasma, ni la tosquedad de la piedra bruta. No podían dejar
de tocarse al sentir una nueva experiencia más. Cada pasada de un dedo o de un
tentáculo era rápida, placentera, enviando nuevas vibraciones por sus cuerpos.
Sus besos eran resbaladizos, habían perdido la sujeción que tanto el
plasma como la roca cruda les habían otorgado en un principio. Lo intentaron
varias veces, sin éxito, lo que desgastó aquella reluciente cubierta sólida con
rapidez, dejando de nuevo el plasma a la vista. Sus besos se volvían pegajosos,
sus labios se fundían de nuevo, y se separaban otra vez, mientras acariciaban
sus pulidas superficies. Podían sentir a la vez el ardor de la estrella, la
solidez de la roca y la ligereza del viento.
Viento que detuvo su descenso, y ellas dejaron que las balanceara a su
merced. Las vueltas y los cambios de dirección las llevaron a una zona de
tormentas, furiosa y violenta. La electricidad las recorría, un nuevo estímulo
se sumaba a los que ya habían experimentado. En el interior de sus cuerpos ya
habían sentido las descargas, pero notarlas además en el exterior las excitó
todavía más. La energía que las envolvía y las alimentaba hizo que todo rayo se
sintiera atraído, cayendo sobre ellas con toda su fuerza.
No les bastaba con, solamente, acariciarse, abrazarse y besarse. Ahora
también susurraban palabras, desde aquellas que el mismo Universo había
olvidado hasta las más recientes que habían aprendido en sus curiosas visitas a
muchas civilizaciones. Reían y respondían la una a la otra, sintiendo con cada
verbo, nombre y adjetivo más cosquilleos y calor.
Los truenos resonaban mientras se besaban y abrazaban, los vientos
aullaban con cada caricia y susurro, el poder que aquellas dos entidades
tomaban y posteriormente desataban había, una vez más, provocado cambios en sus
alrededores. Tornados que rasgaban las nubes empezaban a formarse cerca de
ellas, arrasando con todo lo que allí encontraban, excepto con Einok y Zuttei,
en el centro de la danza macabra eólica que habían provocado.
Los estratos de nubes se removían y retorcían, al tiempo que los tornados
crecían con cada pasada entre gases, y liberaban descargas que cubrían
distancias de miles de kilómetros, incluso dando la vuelta por completo al
orbe. Tal era el poder de la pasión desatada por las entidades, en apariencia
ignorantes de lo que sucedía.
Se intercambiaron unos suaves susurros, asintieron y lo que se dibujaba
en sus respectivos rostros podría definirse como una sonrisa. Conscientes más
que nunca no solo de sí mismas, sino además de su entorno, dejaron que las
tormentas siguieran su curso inevitable, sin dejar de abrazarse y acariciarse
en ningún momento. Esperaron pacientemente hasta que encontraron el momento
adecuado para impulsarse una tercera vez, ayudadas por su propia energía y por
la que tomaban de tornados y rayos. Nada podría escapar la gravedad del gigante
gaseoso, nada excepto ellas dos.
Y al salir de aquella atmósfera turbulenta, supieron a dónde dirigirse en
esta ocasión, no iba a ser un simple… impulso.
De los muchos satélites que orbitaban al gigante gaseoso, ninguno era
atractivo para ellas, excepto uno. Mientras el resto de pequeños mundos parecía
poco más que bolas de tierra sucia, la luna a la que se dirigían tenía algo que
los demás satélites no.
Vida.
Habían pasado por el plasma de una estrella, el yermo de una vieja roca,
y las nubes y tormentas de un gigante. Y, al salir de este último, lo habían
percibido claramente. Antes estaban demasiado enfrascadas en la búsqueda del
deseo como para dejar que su curiosidad las llevara hasta allí, pero con la
pasión aún ardiendo dentro y entre ellas era como si todos sus sentidos se
hubieran afinado, y su percepción ya era portentosa de por sí. Jamás habían
sentido la vida tan lejos y con tanta intensidad. ¿Era este momento de
perfección sensorial realmente fruto del placer? Debía serlo.
Tampoco tuvieron mucho tiempo para dilucidar sobre aquello. La atmósfera
de la luna hacía que volvieran a sentir el calor de la entrada, aunque a una
escala mucho menor que con el gigante gaseoso. Agarradas fuertemente la una a
la otra, resistieron, no dejaron que esta vez nada se desprendiera de ellas, ni
siquiera con el violento rozamiento al que estaban sometidas. Su abrazo era más
poderoso que cualquier otra cosa en aquel momento.
Conscientes como eran de a dónde se dirigían, se detuvieron a tiempo en
su descenso. Vieron un verdor casi inabarcable, lo que parecía ser un bosque, y
dejaron que sus cuerpos cayeran hasta allí. Aunque el impacto fue estruendoso,
lo que alertó a la fauna, no dejaron un cráter profundo.
Fauna… Estaban de pie, agarradas, oyendo las bestias. Por momentos las
voces les eran familiares, pero por otros resultaban cantos tan alienígenas como
esperaban. Podrían detenerse a ver y escuchar a esas criaturas, que seguramente
estaban huyendo del ruido; pero no lo iban hacer, tenían un asunto por
terminar.
Einok tomó la cabellera suave de Zuttei entre sus dedos una vez más. Era
curioso sentirla, más caliente por el descenso, en una atmósfera diferente. Le
daba un toque distinto, más suave. Zuttei dejó de abrazar a su pareja, y
también acarició los tentáculos que salían de la cabeza de Einok. Percibía lo
mismo que cuando su compañera jugueteaba con su cabello, y el hocico de Zuttei mostró
una sonrisa placentera. Einok respondió con su propia sonrisa.
Juntaron de nuevo sus labios, aún calientes del plasma. Un pequeño beso,
seguido de otro, cada vez más frecuentes. Les encantaba la sensación de tener
los labios de una pegados a los de la otra, y decidieron que era mejor no
volverlos a separar.
Se dejaron caer, pesadamente, y se pusieron a dar vueltas sobre la
hierba, fresca pese al calor de aterrizaje y de sus cuerpos. La humedad las
empapaba, enfriaba la roca pulida con cada pasada. Y les encantaba sentir las
diminutas gotas sobre sus enormes cuerpos al rodar. El rocío hacía que su
abrazo, lentamente, dejase de ser tan firme, se volviera mucho más suave, y sus
cuerpos se deslizaran y rozaran.
Era distinto a cuando se acariciaban la cara o jugaban con el cabello o
los tentáculos, e incluso era diferente a la sensación de apretar sus cuerpos
en un abrazo. Aquel tacto hacía que la energía de su interior se revolviera con
descargas incluso mayores que las de una tormenta. Sus cuerpos se arqueaban con
los roces, revolviéndose ante el flujo de vibraciones que las recorrían sin
cesar, y sus bocas se separaron tras el largo beso con gemidos placenteros.
Se miraron, se vieron reflejadas cada una en los muchos ojos de su
compañera, de su pareja… de su amada. Tenían ya la certeza de que se
aproximaban a la culminación. Y no se iban a detener ahí.
Ya hacía rato que habían dejado de prestar atención a los cantos y
chillidos de los animales que aún estaban nerviosos y huidizos, pero ahora,
aunque prestaran atención, tampoco los oirían. Solo podían escucharse a sí
mismas, al movimiento de un cuerpo contra el otro, al chisporroteo dentro y
fuera de ellas, a las manos clavadas firmemente sobre la tierra fértil, a los
tentáculos moviéndose en busca de nuevos lugares y placeres, a sus voces en
respuesta a todo ello… Solo estaban ellas dos.
Cada roce, cada descarga, cada convulsión… había gran energía en todo
ello, y, sin embargo, no había fuerza bruta, no había violencia, no había
descontrol. Lo disfrutaban, lo deseaban, lo controlaban, eran dueñas de lo que
hacían. Habían refinado lo que durante todo este periplo habían estado
desatando y sintiendo, habían alcanzado una maestría en aquella primera vez que
a su alrededor nada temblaba, nada se desmoronaba, nada cambiaba. Eran ellas
dos y nada más.
Zuttei agarró con una de sus manos la de Einok, luego hizo lo mismo con
la otra. Einok, con los otros dos brazos libres, se agarró firmemente a Zuttei.
Lo sabían, sabían que estaban llegando. Las manos entrelazadas se
convulsionaban con las sacudidas de ambas entidades, sacudidas más frecuentes y
poderosas, acompañadas por exclamaciones cada vez más y más altas.
Se alzaron, rozándose, juntas, suspirando. Y cuando la energía acumulada
llegó al punto álgido, cuando tras todo lo que habían pasado sus cuerpos ya no
podían aguantarlo más, salieron disparadas, lejos del bosque, en una última
incursión al espacio…
… Y, antes de salir de la atmósfera de aquella luna, sus voces lanzaron
un último y largo gemido.
Llegaron.
Igual que llegaron a su última parada, el gigante de hielo y gas. Distante,
casi ajeno al resto de aquel sistema, pero la estrella lo tenía agarrado,
girando a su alrededor.
Y ellas dos observaban su lento avance por el Cosmos, frío, con un anillo
helado como única compañía. Y hasta ese anillo flotaron Einok y Zuttei, hasta
sus partículas de hielo, flotando en un círculo perfecto. Dejaron que las frías
motas se adhirieran a sus cuerpos desgastados, todavía calientes por todo lo
que habían pasado. Poco a poco, el hielo cubría más superficie, hasta que ni un
centímetro estuviera libre de él.
Esperaron debajo del frío. Abrazadas. Exhaustas. Felices. Habían logrado
lo que buscaban, habían tenido curiosidad por conocer algo que les era esquivo,
y quedaron satisfechas. Por supuesto, no dudarían en volver a repetirlo, o en
buscar nuevas sensaciones que las llevaran a la misma conclusión.
Al deseo. A la pasión. Al placer.
Aquellos cuerpos de materia prestada se resquebrajaron. Ya habían
cumplido su función, y aún quedaba un Universo infinito ante las entidades
cósmicas que, a fin de cuentas, eran.
Einok y Zuttei, libres de la materia cuando los cuerpos se rompieron
completamente en millones de fragmentos, emprendieron el viaje fuera del
sistema estelar, dejando tras de sí una vibración que, con suerte, algo o
alguien descifraría con el tiempo…
***
Aún no salían de su asombro en todo Crona. En el único satélite con vida orgánica
orbitando el gigante Towa, los ukogs, la actual especie dominante, habían sido
testigos de algo único.
Y quienes más fascinados se encontraban eran los miembros del Consejo de
Ciencia, en la Ciudad Iluminada del Norte. Repasaron una y otra vez los
acontecimientos que sus observatorios habían recogido, tanto en la superficie
como en la órbita. ¿Qué clase de evento cósmico era aquel? ¿Cómo podían
explicarlo? ¿Qué consecuencias tendría para su futuro, más allá de lo que ya
habían observado?
La siempre reluciente Emera, dadora de vida, brillante en los largos días
de Crona, había perdido su fuerza y su brillo durante minutos. Y, sin más, los
había recuperado, y descargado una repentina tormenta electromagnética. Crona
podría haber desaparecido en ese momento, pero su campo electromagnético y la
protección que brindaba Towa evitaron la catástrofe. Los dispositivos orbitales
que sobrevivieron a tal estallido recogieron un pico de energía impresionante
que no venía solamente de la estrella: había algo más, y que era responsable de
alterar temporalmente su astro.
Esas fuerzas debían haber tenido algo que ver con lo que acontecía en
Nastro. Las pocas sondas que los ukogs habían enviado en el pasado revelaron
que ese planeta rocoso, el más cercano a Emera, llevaba milenios sin apenas
actividad geológica, y buena parte de sus volcanes había entrado en erupción prácticamente
a la vez. Cuando la rotación de Nastro permitía ver mejor las consecuencias de
los estallidos, observaron un gigantesco cráter, que llamaron La Devastación,
conectado por ríos de lava al resto de volcanes. Todo ello brillaba con tal
intensidad que la atmósfera, llena de ceniza volcánica, no conseguía ocultarlo.
Como tampoco era imposible ocultar el hecho de que, fuera lo que fuese lo
que estuviera pasando, también revolvió buena parte del hemisferio norte de
Towa. El omnipresente gigante gaseoso presentaba unas formaciones nubosas que
ni los modelos predictivos más avanzados de los ukogs habría adivinado. Y bajo
aquellas nubes alteradas, bajo los tornados que podrían engullir Crona varias
veces, las tormentas eléctricas se habían intensificado. Muchos de los
observatorios orbitales aún operativos tras la tormenta electromagnética de
Emera sufrieron las consecuencias de la alteración de Towa, pero devolvieron
información valiosa antes de freírse. Los observatorios superficiales
confirmaron esos datos.
Las imágenes no eran nítidas, pero mostraban un bólido que había
descendido desde Towa hasta Crona. Los cálculos llevaron a un grupo de
investigadores a un bosque del frondoso Tercer Continente. En un ambiente
demasiado caluroso y húmedo, hallaron las marcas de unos cuerpos enormes que
habían removido la hierba y la tierra. ¿Habían sido estas misteriosas entidades
las responsables de todo lo que estaba ocurriendo en el sistema? ¿Y dónde
estaban ahora?
No tardó en llegar la posible respuesta: en los límites del sistema
estelar estaba el helado y anillado Suno. Y en su órbita se había detectado un
incremento de energía que no se correspondía con nada de lo que habían
observado con anterioridad. Debían ser ellas, las entidades, fueran lo que
fuesen… o quienes fuesen. Pero una vez pasado Suno… no había nada que detectar.
¿Desaparecieron? ¿Cómo?
Tal vez lo más perturbador de todo aquello fue la misteriosa señal
llegada del mismo Suno. Los encargados de estudiarla probaron a descifrarla,
sin más resultado que ruido… Durante muchas pruebas, se hizo todo lo posible
por averiguar qué decía, hasta que encontraron algo en el espectro audible de
los ukogs. Amplificaron aquel descubrimiento, y lo que escucharon les habría
resultado curioso, erótico o gracioso en otra ocasión, pero en aquellas
circunstancias los paralizó del miedo, y en aquellas personas de ciencia
renació el terror de viejos cuentos de espíritus ignotos olvidados tiempo ha.
Se podían oír claramente dos voces, jadeando y riendo de pura satisfacción.
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