viernes, julio 27, 2018

Relatos de la Ascendencia - Chamachies

En medio de un lugar yermo, azotado por tormentas de arena y rodeado por rocas que hacían imposible la vida desde hacía generaciones, se alzaba, reluciente, la Ciudad de los Iluminados. La gran urbe estaba aislada del exterior hostil por una barrera invisible que repelía todo lo que no perteneciera a la avanzada civilización que la habitaba, los reptilianos Chamachies.  
Pese a que la llamaban ciudad, era en realidad una nación en sí misma, y muy diferente del mundo que había al otro lado de la barrera. Era un lugar fértil, donde convivían la gran urbe con las zonas rurales, autoabasteciendo a una población en constante crecimiento. Periódicamente, parte de esta población iniciaba un viaje a las colonias Chamachies en el espacio profundo, para aliviar la presión demográfica. Todo ello mientras los avances científicos y tecnológicos seguían su rápido curso.  
Los Chamachies, desde los tiempos prehistóricos, habían sido devotos de las herramientas, y siempre buscaban nuevos usos y nuevas variantes. El mundo en el que vivían era antes tan fértil como la Ciudad de los Iluminados, pero los cambios que se habían producido presionaron a esta floreciente civilización hasta que convirtieron el estrés en el motivador perfecto. La química de sus cerebros se veía potenciada con el subidón de adrenalina, y las investigaciones que podían llevar años o décadas eran terminadas en meses, o semanas. Había quien decía que, con la tensión necesaria, un día sería suficiente para acabar con cualquier investigación.  
Pero hubo algo más que hizo que una civilización que estaba empezando a usar los combustibles fósiles se convirtiera en una de las más avanzadas de la galaxia, llegando a las estrellas más lejanas cuando hacía dos o tres generaciones era un sueño lejano.  
Los Chamachies recibieron la visita de seres que provenían de un sistema estelar que se encontraba a años-luz, pero los alienígenas habían encontrado la forma de alterar el continuo espacio-tiempo, a través de las líneas estelares, para doblegar el viaje espacial. Y en la exploración del sistema Chamachie, encontraron evidencias de que las líneas estelares que unían a este sistema con otros se estaban desestabilizando.  
Lo llamaron El Cataclismo, pues no había nombre que lo definiera mejor. Los visitantes no supieron determinar cuándo ocurriría, pero estaban seguros de que, en cuanto las líneas se colapsaran en este sistema estelar, El Cataclismo destruiría tanto la estrella como los planetas que la orbitaban. Y los cambios en su mundo, la hostilidad de los vientos y la sequía, eran solo una señal.  
Una vez los alienígenas partieron y legaron a aquel pueblo parte de su tecnología espacial, los Chamachies comenzaron su propia carrera hacia las estrellas. Era tal la presión ante un desastre cósmico incierto que, en unas pocas generaciones, no solo habían creado aquella Ciudad de los Iluminados para protegerse de un planeta moribundo, sino que establecieron bases en los demás planetas del sistema, como trampolines hacia el Cosmos. Llegaron, en tan poco tiempo, a convertirse en exploradores superiores a aquellos que les visitaron hacía tanto y les advirtieron del peligro que corría su realidad.  
Y su lucha contra el tiempo proseguía.

—¿Qué se sabe de la última oleada de exploración?  
Dekara había sido designada Gran Científica de la Ciudad de los Iluminados por el mismísimo Emperador. Era su consejera científica de confianza, y nunca le había defraudado. Suya era la labor de coordinar los esfuerzos de su especie, dentro y fuera de la nación natal de su pueblo.  
Los demás científicos Chamachies callaban, observando a uno de sus compañeros levantándose lentamente sobre sus cuatro patas traseras. Llevaba un pequeño dispositivo que continuamente mostraba datos a una velocidad vertiginosa. Pero cualquier Chamachie podía asimilar dicha información sin problemas. 
El portavoz Chamachie se aclaró la voz. Podía notar los ojos saltones y camaleónicos llenos de expectación de sus compañeros, aunque eso no le impresionaba ni intimidaba.  
—Únicamente hemos recibido datos de dos de nuestras naves, puesto que las demás siguen en ruta —decía, mientras no quitaba los ojos de su tableta de datos—. La «Odava» ha llegado a un planeta catalogado como mundo-vergel. Se ha establecido contacto con la especie autóctona dominante. Tras numerosos e infructuosos intentos de comunicación, hemos averiguado al fin que se hacen llamar Arbryls. Hemos tardado en poder hacernos entender, pero es un honor comunicarles que han aceptado nuestra colaboración. Les enviaré un informe sobre esta especie inmediatamente.  
En silencio, envió los datos y todos los presentes pudieron ver, en sus respectivos dispositivos, el informe sobre los Arbryls. Mientras tanto, el portavoz siguió hablando:  
—Por otro lado, la «Desidro» mandó una señal de auxilio al llegar a su destino.  
Los científicos Chamachies se miraron unos a otros y comenzaron a murmurar. Dekara alzó una mano y todos callaron.  
—Prosiga, por favor.  
—Gracias, Señora… El mensaje recibido de la computadora de abordo es claro: no hay supervivientes. Y detalla un fallo en uno de los Segadores de Nano-ondas.  
—Segadores de Nano-ondas… —la Gran Científica se levantó de su asiento, visiblemente molesta—. ¡Ese es un motor experimental, no se ha autorizado su uso! ¿Quién estaba al cargo del mantenimiento de la «Desidro» antes de que zarpara?  
No podía ser. Después de todo lo que habían hecho por su pueblo, por la salvación de los suyos, alguien había tenido la osadía de utilizar un motor que aún no estaba plenamente operativo en una de sus naves.  
Dekara lo sabía bien: las investigaciones del Segador de Nano-ondas se basaban en notas incompletas encontradas en unas antiguas ruinas, supuestamente de una civilización mucho más avanzada que debió existir antes de que el primer Chamachie abriera los ojos en este mundo. Ellos, los Chamachies, habrían completado aquellas viejas notas con sus nuevas investigaciones en poco tiempo, sin desdeñar jamás las pruebas y experimentos antes de dar la investigación por finalizada.  
Porque una cosa era que fuesen científicos veloces, y otra que fuesen descuidados. Esa metodología temeraria, la que había costado las vidas de la tripulación de la «Desidro», no era la manera Chamachie.  
Miró a todos los presentes. Estaban tanto o más nerviosos que ella.  
—Se ha enviado el reporte con los datos enviados a los laboratorios de propulsión, Señora —intentó seguir el portavoz—. Le prometo que se abrirá una investigación y encontraremos al responsable.  
—Más le vale —Dekara volvió a sentarse, y entrelazó las manos—. La cadena de mando debe respetarse. Nuestra especie ha sobrevivido gracias a su inteligencia y astucia, no tirándose de cabeza ante lo desconocido. —Intentó, por todos los medios, pasar al siguiente punto del día, aunque le costó—: ¿Y qué hay de los informes de las investigaciones actuales?  
—La terraformación de terrenos hostiles está casi concluida… solo… faltan unas pequeñas comprobaciones en una de nuestras lunas. — Al portavoz también le costaba seguir hablando, tras lo ocurrido—. También aprovecharemos dicha demostración para realizar las últimas pruebas de los nuevos hábitats. En el resto de los entornos testados, los hábitats tienen un éxito del cien por cien. Una vez se confirme también en nuestra luna transformada, podremos empezar a enviar los planos a nuestras colonias en las regiones más agrestes.  
—Buenas noticias, por lo menos —Dekara suspiró—. ¿Algo más que añadir?  
—Murgatroyd acaba de presentar una nueva hipótesis, Señora. Ya hemos empezado las primeras pruebas.  
—El linaje Murgatroyd, siempre diligente y creativo… —La Gran Científica miró unos instantes su tableta de datos, y de nuevo al portavoz—. ¿Qué hay del departamento de robótica?  
—Pese a los primeros avances, el equipo designado no ha podido continuar con la mejora de las nanomáquinas, Señora.  
—No podemos permitirnos que un equipo se quede estancado. Notificaré que envíen un grupo de apoyo para deshacer el bloqueo. La automatización de nuestros servicios se ha quedado obsoleta, estas nuevas nanomáquinas acelerarían muchos proyectos.  
Todos en la sala asintieron silenciosamente. Tras revisar el resto de los puntos del día, sin más información nueva de interés, la Gran Científica se levantó lentamente de su asiento.  
—Con esto finalizamos la sesión. Les espero mañana en la siguiente reunión de evaluación. Es imposible olvidar los percances, y, aun con todo, estamos dentro de lo aceptable. Pero recuerden: debemos aspirar a más.  
Despidiéndose unos de otros, los científicos Chamachies abandonaron la sala ordenadamente. Solo quedó la Gran Científica, aún de pie, con las manos apoyadas sobre la mesa.  
Con aquellos avances, su especie ya se había salvado de aquel Cataclismo que amenazaba su sistema estelar. Seguían con la incertidumbre sobre cuándo iba a ocurrir, y era esta la que les ayudaba a seguir avanzando, investigando, mejorando. Y la que había llevado a estas reuniones de seguimiento y evaluación. Debían saber hasta qué punto su especie había logrado superarse a sí misma, y a dónde podían llegar.  
Y debían seguir, hasta que llegara el día en que todo lo que conocían dejase de existir.  
Un zumbido sacó a Dekara de sus pensamientos. Se giró hacia una de las esquinas de la habitación, donde se podía ver un pequeño ordenador. Su pantalla centelleaba acorde al zumbido, y la Chamachie se acercó al terminal. Tras pulsar un pequeño botón en la pantalla, esta mostró la imagen de otra Chamachie, visiblemente más joven que la Gran Científica.  
—Señora, tenemos nueva información de tres de nuestras misiones —dijo la científica en pantalla.  
Al instante, su imagen fue sustituida por un plano simplificado de la galaxia. En él, se encontraban señaladas las estrellas que, según las investigaciones de los Chamachies, eran candidatas para poseer mundos habitables, sea por los Chamachies o por otras especies. Tres de esas estrellas brillaban con mayor intensidad, rodeadas por un círculo rojo cada una.
—¿Puede facilitarme los detalles? —preguntó la Gran Científica.  
—Panacea —al decir este nombre, una de las estrellas en rojo quedó remarcada al instante en verde—, donde se sitúa nuestra nave «Amesad», posee tres planetas en la zona habitable. El buque «Pruvva» ha llegado a Chippendale, —la estrella Panacea dejó de estar remarcada en verde, volviendo al rojo, y ahora la que destacaba en verde era una estrella bastante más alejada—, orbitada por cinco planetas. Ninguno está en la zona habitable. Sin embargo, desde la «Pruvva» afirman haber captado señales de una civilización en uno de estos mundos.
Dekara asintió, sorprendida al saber que había especies que podían desafiar el concepto que los Chamachies tenían de la vida. ¿Otros seres en mundos que, para los suyos, serían inhabitables? Debían investigar más sobre ello, una vez establecieran contacto con los alienígenas.  
—También tenemos el informe de la nave «Kohriza» en el sistema Nougat. —Ahora era dicha estrella la que estaba destacada en verde—. Han detectado dos planetas que pueden albergar vida, y se han acercado al más alejado de ellos desde la estrella. Hay unas ruinas que parecen haber captado el interés de los científicos designados en la nave, y procederán con las tareas de excavación xenoarqueológica de inmediato.  
La Gran Científica asintió de nuevo.  
—¿Algo más que añadir?  
—No, Señora. Le enviaré la información a su tableta de datos, y la mantendremos informada de cualquier avance.  
—Así sea.  
Apagó el terminal y se dispuso a recoger sus cosas. Había sido un día duro, un día de golpes al orgullo Chamachie, de investigaciones que avanzaban y otras que se estancaban, y de sorpresas en las estrellas.  
Podía haber tropiezos, pero, en general, la Gran Científica Dekara estaba muy satisfecha con los logros de su especie.  

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