viernes, julio 20, 2018

Relatos de la Ascendencia - Arbryls

Un sistema estelar solitario, vagando por la galaxia, imperturbable. Mundos que jamás habían sido visitados por viajeros estelares que jamás encontraron el camino hacia estos. ¿Qué era lo que provocaba aquel aislamiento? ¿Y por qué existía? 
En la zona habitable de aquella imperturbable estrella, se encontraba un gran planeta que, de haber recibido alguna visita, sería considerado un mundo vergel. Toda la superficie emergida estaba cubierta por plantas. Hasta en las zonas más áridas y en las más frías, la vegetación se abría paso, resistiendo, sobreviviendo. Y eso sin contar la vida vegetal en el fondo de los mares, creciendo imparable por el lecho marino.
Pero, sobre todo, era un planeta silencioso. Un mundo tranquilo. Y esa era la calma que los Arbryls atesoraban. Seres casi indistinguibles del resto de la vida vegetal que los rodeaban, se movían lentos, seguros y en silencio. La suya era una vida de misticismo y de conexión con todo lo que les rodeaba. No eran solo los árboles inmóviles, o el propio planeta, sino el todo que conformaba con la estrella y los objetos que la orbitaban.
Y eran estos seres los responsables del aislamiento que vivía su sistema estelar.
Habían pasado de nuevo las rotaciones necesarias para realizar el ritual. Todo Arbryl de cualquier parte del planeta sentía la conexión con el resto de su especie a través de la tierra. Las raíces de los árboles inmóviles recorrían el planeta de punta a punta, y era esta red la que la gente-árbol utilizaba para alcanzar la armonía planetaria. Sus mentes se fusionaban en una sola, reuniendo la energía mística que permitía su plácida existencia, y liberándola. Era este un ritual agotador y catártico para sus practicantes, de un poder tal que no solo afectaba a los propios Arbryls, o a su planeta, sino que se extendía hacia la estrella y sus mundos. Un efecto secundario de una descarga de energía venida de millones de seres vivos, capaz de alterar el espacio-tiempo. Y del que eran muy conscientes.
La paz era la ocasión perfecta para que la gente-árbol pudiera cavilar. Les encantaba pensar, sobre cualquier tema, y lo comunicaban al resto de su especie a través de la enorme red de raíces. Sus mentes eran tranquilas, se tomaban su tiempo, lo que les hacía parecer tan lentos como su caminar. Era engañoso, pues una vez un pensamiento recorría la red, todo Arbryl, en cuestión de segundos, lo sabía.
En esas cavilaciones, algunos Arbryls, entre los más curiosos y los más jóvenes, se preguntaron por lo que habría más allá de su aislamiento, de los límites de su mundo, o del sistema que orbitaba alrededor de su fuente de vida, de su estrella. ¿De verdad los Arbryls estaban destinados a pasar su existencia confinados en este mundo? ¿Qué había en los confines de lo desconocido? ¿Encontrarían a otros seres como ellos? Y dichos seres, ¿cómo reaccionarían?
En poco tiempo, la paz de los Arbryls empezaba a ser perturbada por la propia gente-árbol. La curiosidad de los más jóvenes se propagó por la red de raíces, llegando hasta los más sabios y ancianos de entre los Arbryls. Aquellas preguntas les inquietaban, pues su paz era muy preciada, y perturbarla sería una afrenta a su comunidad; pero también les emocionaban, pues la curiosidad no se había perdido en las nuevas generaciones.
Era cierto que habían vivido durante siglos en paz y armonía, sin ser molestados ni perturbando a otros seres. No conocían otra cosa que su propia paz. Pero incluso los Arbryls más arraigados empezaron a cuestionarse si de verdad aquel era el camino correcto. ¿Y si, en su quietud, estaban perdiéndose las maravillas de un Universo que estaba lejos de su alcance porque así lo querían? ¿Qué misterios quedarían ocultos por su aislacionismo? ¿Qué preguntas podrían hacerse, cuando se acabaran las que su mundo y su sistema les proporcionaban?
Los Arbryls ancianos decidieron poner todas las dudas en un consejo planetario. Duró rotaciones, puede que incluso traslaciones. Pero la decisión que se tomó fue unánime: era necesario que los Arbryls conocieran otros mundos para así poder descubrir, explorar, y saciar esta nueva sed de conocimiento que, lentamente, había crecido y florecido entre ellos.
Los rituales seguirían hasta que estuvieran listos, sobre todo porque aún no disponían de los medios adecuados para esta misión. ¿Qué debían hacer para salir de allí? ¿Qué clase de proeza les valdría para surcar el mar de estrellas que se presentaba en sus noches? Ni siquiera habían estado en los mundos que veían en el firmamento, ¿cómo esperaban llegar más lejos todavía?
Incluso su mundo parecía oponerse a ofrecer los medios para avanzar, como si la propia tierra que habitaban estuviese en contra de que la gente-árbol saliera al espacio ignoto. El propio planeta les persuadía para abandonar sus ideas de exploración espacial.
Pero los Arbryls no se rendían tan fácilmente. Eran pacientes y sabían que, de una manera u otra, encontrarían la forma de conseguir su propósito. Pensarían sobre ello, encontrarían la solución calmadamente, como ya habían hecho con otros problemas que habían tenido en el pasado, y que ahora no eran más que un recuerdo prácticamente borrado.
Durante las siguientes traslaciones, hubo más y más consejos. Nuevas ideas eran presentadas, aprobadas y descartadas. El concepto de investigación apareció en sus mentes, igual que la elaboración de herramientas. Seguirían trabajando en sus avances, sin importar los obstáculos.
Y el paso del tiempo hizo que su preocupación principal fuese esta investigación, este deseo de ver más allá de su mundo… lo que provocó que olvidaran por primera vez en su existencia realizar el ritual. El fin del aislamiento tuvo sus consecuencias, pues a las pocas rotaciones, lo que parecía una gran barcaza metálica de distintas tonalidades de marrón surcó sus cielos.
Los Arbryls, tan centrados en su vida solitaria, jamás pensaron en que una especie alienígena llegara a su mundo antes de que ellos visitaran a otros seres en otros planetas. Pero allí estaban esos seres venidos de las estrellas, criaturas escamosas, con seis extremidades, que emitían sonidos a una velocidad que las mentes Arbryls no podían asimilar. No les importaba: la gente-árbol era paciente, acabarían por comprender a sus visitantes, seguramente compartirían con ellos el secreto del viaje por las estrellas, por los mundos.
Daba igual el tiempo que pasase hasta entonces si eso significaba lograr su objetivo.

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