Maya Lorca mira al público congregado antes
de empezar. Cierra los ojos. Respira hondo. Alza los brazos y
comienza a describir amplios arcos con ellos.
Cada movimiento está medido al milímetro, y de las
manos de Maya se desprenden pequeños vapores azules que se
arremolinan y pronto adquieren definición. Son animales: conejos,
cervatillos, pájaros… El público observa, atento, con una emoción
imposible de contener.
Los animalitos vaporosos, de un
azul brillante, se acercan curiosos a los presentes, e incluso uno de
los conejos se deja acariciar por una chiquilla del público.
Pero algo hace que los animales se detengan. Han aparecido otras
figuras, humanas esta vez, con escopetas. Cazadores de un aspecto de lo más
estereotipado, bien reconocibles. Los disparos de
sus escopetas asustan a las criaturas, las balas se tornan en un
humo que atraviesa a los presentes, sin hacerles daño, y ningún proyectil acierta
tampoco a los animales fantasmagóricos. Las criaturas del bosque se
reúnen, y sus vapores se funden, creciendo en tamaño, dando lugar a
una figura gigantesca, un imponente ciervo de cornamenta intrincada,
que mira a los cazadores, impotentes. Aun siendo puro humo, se puede oír
el glorioso bramido del gran ciervo, que espanta a los
cazadores, quienes se desvanecen para nunca volver. El animal
gigante, orgulloso, también comienza a desaparecer.
Lo que queda del vapor vuelve a las manos de Maya
mientras esta termina el breve cuento del Guardián del Bosque. Abre los ojos y mira
a su alrededor. Aunque sea una historia corta y muy conocida por todos, la
maestría con la que Maya la ha traído a la vida sigue sorprendiendo a propios y
extraños.
Y, en ese momento, el público se desvanece, como las
figuras del relato de Maya. Ni siquiera sus seres queridos están. Todos han
desaparecido en un estallido de humo, y en su lugar tres
figuras, blancas, altas y con rostros lisos, se materializan.
Los vio hace veinte años, y han vuelto. Pero su
situación actual es muy distinta a la de entonces: Maya no es parte del
público, es una de las elegidas de la Reunión, han puesto su confianza en ella.
Y los rostros sin ojos la observan... No, no solo la observan: la
están juzgando.
Uno de los Artífices alza lo que debe ser su
mano. Un largo dedo la señala, y a continuación Maya puede oír una
voz, tan antigua como el mundo, decir:
—Y así termina… vuestra Historia.
Y lo siente. Maya baja la vista hacia sus
manos. Sus dedos se están convirtiendo en el vapor azulado, luego sus palmas.
Intenta gritar, pero de su garganta nunca ha salido voz alguna, y menos ahora.
***
Súbitamente, Maya se incorpora. Tiene la ropa
empapada en sudor y el pelo pegado a la
frente. Respira muy rápido y siente como si su corazón fuese a salirse del
pecho. La pesadilla ha terminado, pero el agobio, la tristeza, y la
decepción siguen ahí. Lleva meses preparándose para el gran
día de la Reunión, que está ya a unas horas; pero en esos mismos
meses sus sueños se han vuelto más intranquilos, hasta llegar a la
aterradora pesadilla que la acaba de despertar.
Intenta controlar los nervios, pero sus manos están
fuertemente aferradas a las sábanas. Suelta la tela y vuelve las palmas hacia
sus ojos en la semioscuridad. Abre y cierra lentamente las manos,
siguiendo el movimiento de sus finos dedos oscuros. Siguen
ahí, no se han convertido en humo. Siente un ligero alivio.
Se vuelve para mirar a su pareja. Esta se revuelve, y
abre lentamente los ojos. El reflejo de la luna se cuela por la ventana para
revelar el rostro aún adormilado de Lena, y esa luz
tenue le revela el rostro, entre preocupado y aliviado, de Maya.
Antes de que Lena pueda reaccionar, su esposa ya se ha abalanzado sobre ella,
abrazándola con todas sus fuerzas. Lena puede sentir las lágrimas que
recorren las mejillas de Maya.
Una pesadilla.
—Cariño… —Lena intenta tranquilizarla, aunque sus
palabras solo hacen que Maya saque más fuerzas en su abrazo.
Lena deja, finalmente, que su compañera siga
abrazándola, hasta que está agotada de apretar. Maya se separa lentamente,
momento que aprovecha Lena para encender la lámpara de la mesita de noche. Las
dos mujeres se sientan en la cama, se miran fijamente. Lena acaricia la mejilla
de Maya, llevándose una lágrima con el dedo.
—¿Crees que si me cuentas lo que has soñado te
sentirás mejor?
Maya suspira. Ahora sus manos no se mueven fruto
del nerviosismo. Ahora las usa para hablar con su pareja, para desahogarse y
compartir sus preocupaciones. Lena atiende a cada signo. Mientras narra,
el vapor azul se materializa en sus manos, y crea las figuras
tenebrosas sin rasgos que la han despertado. Ante el recuerdo, Maya
termina bruscamente su narración, desvaneciéndose el humo.
Lena toma las manos de Maya entre las
suyas, más grandes y pálidas en comparación, pero igual de
cariñosas.
—Estamos aquí, ¿lo ves? —Lena alza las
manos entrelazadas—. Sé que estás nerviosa por lo de
la Reunión, ¡pero lo harás genial! —Sonríe, esperando que Maya la
imite, sin éxito de momento—. Además, has tenido a una gran
maestra… ¿Qué digo una gran maestra? ¡Tata Celeste es la mejor!
Y tú eres digna de su legado.
Las manos de Maya se
escurren lentamente. Lanza un suspiro silencioso y sale de la
cama, dando vueltas por la habitación. Lena también se levanta y la interrumpe
en su deambular. Maya se queda mirando a la mujer pelirroja de
gran estatura con la que lleva tanto tiempo compartiendo su vida.
Al verla de frente, Maya piensa en cómo Lena
siempre ha estado a su lado. Desde que se conocieron en el colegio, Lena ha
sido su apoyo moral, inamovible a su lado, paciente y comprensiva con
la niña tímida y muda de manos finas y ágiles. Desde
la primera vez que se vieron, nunca se han separado la una de la otra.
Ahora está recordando la última Reunión, hace veinte
años. Maya quería acompañar a su mentora, Tata Celeste, pero tenía miedo de lo
que podía pasar si algo salía mal. Había oído historias del pasado, ya
lejano, sobre aquellos que fallaron: eliminados, borrados, convertidos en
un simple recuerdo. Historias tenebrosas de las que beben sus
pesadillas.
Pero allí estaba Lena, para hacerle compañía y
asegurarle que nada malo iba a ocurrir. Ni siquiera sus padres, también
presentes, le habían inspirado entonces tanta tranquilidad y seguridad.
Y nada malo pasó. Como no había pasado en el último
siglo de Reuniones.
Los años han reforzado la confianza
y el vínculo entre ellas. Y ahora Lena está dispuesta a ofrecer,
una vez más, todo su apoyo a la mujer que era su amiga y compañera, y con
la que se había comprometido para el resto de sus vidas. Sus ojos
muestran una determinación que, lentamente, se va contagiando a la mirada de
Maya.
Se funden en un abrazo, Lena susurra palabras
esperanzadoras a su pareja, y la besa en la
frente. Pasan unos minutos hasta que se separan, y Maya se seca
las últimas lágrimas.
—¿Mejor?
Maya asiente en respuesta, y una amplia sonrisa se
dibuja en la cara de Lena. Maya hace un gesto de agradecimiento que su esposa
responde, esta vez con un signo en vez de con palabras. Sin más, ambas vuelven
despacio a la cama. Antes de apagar la luz, Lena habla por última vez,
bromeando para terminar de animar a su esposa:
—Descansa bien, Maya. No querrás ir mañana a casa
de Tata Celeste con unas ojeras que te lleguen al suelo.
***
Los primeros rayos del sol iluminan el cielo y el
pueblo de Ogrera del Soto. Un pueblo que, según cuenta la leyenda,
fue hogar de una tribu de ogros, de ahí su nombre. No se sabe si aquellos ogros
realmente existieron o no, pero la localidad tiene un aura
mágica a su alrededor que la hace atractiva a curiosos y
estudiosos. De hecho, es aquí donde nacieron los
Creadores, ogreranos capaces de llevar su imaginación más allá
de la barrera entre ficción y realidad, de contar historias que
estimulen todos los sentidos, con característicos vapores azules para dar forma
literal a sus cuentos.
Y es en el alcázar que preside el
pueblo donde, cada veinte años, aquellos a los que llaman Artífices vienen
a poner a prueba su don en la Reunión. Quiénes son estos
Artífices, de dónde vienen, por qué juzgan esa habilidad… Nadie lo sabe, pues
solo hablan para emitir su juicio.
El juicio que Maya, una de
las Creadoras elegidas para la Reunión, teme hasta en sus
pesadillas.
***
Con estas primeras horas del alba, Maya y Lena
salen de casa para ir a ver a Tata Celeste. Lena sabe que Maya necesita a
Tata más que nunca. Con la ayuda de Tata, Lena tiene por seguro que
Maya estará al cien por cien para el gran momento.
A medida que bajan por la calle principal, observan
cómo el pueblo se va desperezando. Los más madrugadores se ponen en marcha
para los últimos preparativos para la Reunión en el alcázar. Son los
primeros que, además, han salido a darles los buenos días, y a dar ánimos
a Maya. Desde sus ventanas, desde sus portales, desde sus
negocios… Algunas de estas personas, Creadoras como ella, llenan el
aire de símbolos y figuritas azules para desearle lo
mejor.
Maya se ruboriza con cada persona que la anima.
Tanta buena gente que confía en ella y en lo que es capaz de hacer. ¿No les
preocupa lo que pueda pasar si ella…? Maya sacude la cabeza en un intento de
desterrar ese pensamiento.
Una vecina en particular sale a su paso. Es algo más
baja que Lena, con el pelo rubio y corto, y por mucho que lo intente, Mercedes
Vega, Merche, no es capaz de ocultar su nerviosismo. A fin de cuentas, también
participa en la Reunión. Ella también tuvo a Tata Celeste como mentora,
pero dejó Ogrera del Soto junto a su familia hace
años, y ha vuelto a tiempo para dejar claro que, en este tiempo
fuera, se ha vuelto una Creadora lo bastante buena como para ser
elegida.
—¡Buenos días, Merche! —Lena es la primera en saludar,
y a su lado Maya saluda con la mano y una sonrisa tímida—. ¿Nerviosa?
Merche suspira ante la pregunta retórica.
—Buenos días a las dos —dice mientras sonríe a Maya, y
luego a Lena—. Es un día importante, lo raro sería estar tranquila. No habéis
visto a Pepe, ¿no?
Pepe Molina casi siempre está
fuera del pueblo, ocupado en sus giras de espectáculos y en
sus apariciones en televisión. Es el único Creador que ha tenido
valor para dar ese salto a la fama lejos de Ogrera, un salto a
todas luces merecido. No en vano, él es el tercer y último elegido para la
Reunión.
Maya niega con la cabeza, y comenta que incluso
alguien como él, acostumbrado a escenarios y
focos, estará temblando como un flan. Hay algo en la Reunión que
no se da en un programa de la tele. Y eso hace que Maya vuelva a pensar en lo
que pueda ocurrir si…
—Más le vale que esté aquí a tiempo —la voz de Lena
consigue interrumpir los pensamientos de su esposa—. Aún recuerdo cuando no
había ni un día que llegara temprano al instituto.
Las tres ríen por lo bajo, aliviando a las dos
Creadoras. Más animada, Maya le dice a Merche que van a ver a Tata
Celeste, y le pregunta si quiere acompañarlas.
—Gracias, pero quiero practicar un poco por mi
cuenta y descansar. Aparte… —Merche vuelve a suspirar, ya no con
nerviosismo, sino con pena—. Mirad, no llevo ni un año de vuelta, y…
—Traga saliva—. La cosa es… creo que Tata todavía está molesta porque la
dejé… colgada cuando nos mudamos.
Maya interviene de nuevo. Sabe que, desde que
volvió, Merche ha evitado a Tata Celeste por esa razón, incluso en la boda de
Maya y Lena, con todo el pueblo allí, hizo lo posible por no
coincidir con la anciana. Pero también sabe Maya que Tata no es de las que
guardan rencor, está segura de que se alegrará verla tras tanto
tiempo. Finaliza con un «es normal que alguien que te quiere
se sienta triste al marcharte, pero ¿y la alegría que sentirá al
verte?».
Merche se cruza de brazos y baja la cabeza.
Ninguna de las otras dos mujeres sabe cómo interpretarlo, hasta que Merche
habla:
—Supongo que, tarde o temprano debo hacerlo... —Mira
a la pareja, y esboza una leve sonrisa—. Bien, iré con vosotras. ¿Qué
es eso que solía decir Tata? «La valiente es la que tiene miedo y se
enfrenta a él.»
Solía y suele decirlo, añade Maya. Las tres mujeres se
ponen en camino, y ahora Merche también recibe los ánimos de los
vecinos. Al principio piensa que este honor es exclusivo de Maya, porque
ella es la que se ha quedado allí, en Ogrera del Soto, es la que
mejor conocen los vecinos. Pero no: escucha también su nombre, no la han
olvidado, ni la tratan como a una forastera, y está muy feliz
de saberlo. El pueblo está volcado en ellas y en lo que esa noche van
a demostrar.
***
Las tres
llegan a la entrada de un pequeño edificio de planta baja y paredes
azuladas. Justo en la entrada se encuentran con una mujer de edad
avanzada, tez morena y cabellos canos recogidos en una larga cola. La anciana
sonríe al ver a Maya y Lena. Sus pequeños ojos se dirigen a la tercera mujer.
Merche traga saliva, empezando a pensar que igual no debería haber aceptado la
invitación de Maya tan a la ligera.
—Al fin has
decidido venir —a pesar de lo que esperaba Merche, la voz de Tata Celeste está
llena de dulzura—. ¿Qué tal todo?
Antes de que
Maya y Lena puedan hacer nada, Merche se acerca corriendo a Tata Celeste, y la
abraza. La anciana responde abrazándola también, y las otras dos mujeres no
tardan en unirse al abrazo grupal. Pasan los minutos hasta que al fin se
separan, y las cuatro se descubren con lágrimas. Dejan escapar una
risita antes de que Merche hable:
—Estoy bien,
Tata, gracias… Pensé que estarías enfadada conmigo.
—¿Enfada?
—Tata sonríe de nuevo—. Me apenó que te fueras, pero has vuelto. Más me
apenaba que estuvieras en Ogrera y
no quisieras verme. Tenías miedo, pequeña… Pero eso ha
terminado.
Maya asiente
y le dice a Tata que necesitan pasar un rato con ella. La anciana sabe muy
bien lo que son los nervios antes de la Reunión. Ha participado en las tres
últimas, y por mucha experiencia que una tenga, ese nudo en el estómago nunca
desaparece. Ni siquiera ahora que ha dejado su lugar a gente más joven, como
Maya y Merche. Pero sabe cómo enfrentarse a ello, es algo que aún puede enseñar
a estas dos Creadoras. Y puede que Lena también aprenda algo.
—Entrad, por
favor, y pongámonos cómodas. Va a quedarse un buen día, pero todavía hace
fresco.
***
Tata Celeste, Maya y
Merche están sentadas a la mesa, esperando a que Lena traiga las
bebidas. Cuando esta se acerca con su café y el de Merche, el té
de Maya y la leche caliente para Tata, se encuentra
a Maya moviendo sus manos. De ellas surgen los conocidos vapores
que delatan a Creadoras como ella. También los ve en las manos
de Merche y Tata, pero ambas susurran además palabras que
provocan que ese mismo humo azul salga de sus bocas.
Lena se acerca sonriente, al ver que las dos mujeres
más jóvenes no se ven tan preocupadas, mientras la anciana sigue demostrando la
habilidad que la ha convertido en una persona tan respetada en Ogrera del
Soto. Con cuidado, deja las bebidas sobre la mesa y se
sienta al lado de Maya, mirando con curiosidad lo que están haciendo.
Piensa en cómo estas pequeñas demostraciones pueden ayudar a Maya a desenvolverse
y vencer sus miedos. La presencia de Tata Celeste está haciendo mucho bien a su
autoestima, como suponía, y parece funcionar también con Merche.
Un suave movimiento de manos de Maya y de
Merche, y unas palabras casi imperceptibles de Tata Celeste hacen
desaparecer las figuritas de humo. Lena aprovecha para tomar una de las
manos de Maya, y susurrarle algo al oído. Maya sonríe y se sonroja.
Frente a ellas, Tata Celeste sopla el vaso de leche.
El humo caliente se retuerce y la pareja se reconoce en las formas
que van difuminándose conforme ascienden, hasta desaparecer por
completo. La anciana les sonríe.
—Aún recuerdo cuando vinisteis conmigo a la
última Reunión —comienza a decir, para sorpresa de la pareja—. Tan
pequeñas y tan juntas. Me alegra el corazón veros tan unidas tras tantos
años.
Maya levanta su mano y la de Lena. Tata
asiente, Merche sonríe y Lena se ruboriza.
—Justo así de agarraditas estabais, sí. —Tata Celeste
se ríe—. Habéis crecido y sois más maravillosas que entonces.
Pero, por supuesto, la vieja Creadora no se ha
olvidado de la otra persona:
—Veo que lo que aprendiste aquí te ha servido fuera.
—Tata busca la mano de Merche para tomársela, y así lo hace—. Has creado
también tu propio estilo.
—Tata… —a Merche le cuesta encontrar las palabras,
pero deshace el nudo en su garganta con lágrimas—. Todo lo que me has
enseñado… ha hecho que el tiempo fuera de Ogrera fuese más llevadero,
el saber que había algo de mi hogar conmigo, los amigos que he hecho y admiran
este arte… Y escucharte decir eso… Gracias, Tata. Desde lo más hondo, no puedo
estar más agradecida. Y siento muchísimo haber pensado que estarías
enfadada conmigo...
Con la otra mano, Tata acaricia la de Merche,
satisfecha al oírla librarse de sus dudas.
—No hay nada que agradecer, mi niña, ni
tienes que disculparte. Y espero con ansia ver con qué nos vas a
sorprender en la Reunión.
Aunque las palabras van dirigidas a Merche, es Maya la
que recuerda la responsabilidad que recae sobre sus
hombros. Todos en Ogrera del Soto creen que ella,
igual que creen en Merche y Pepe. De todos los Creadores del pueblo, ellos
tres son los elegidos, los mejores. Y, sin embargo, ella no confía en sí
misma. Su respiración es cada vez más pesada, y un sudor frío recorre su
frente y su espalda.
En un momento como aquel, que prácticamente la deja
incapacitada, siente la mano de Lena apretando la suya. Al mismo
tiempo, se mano libre se encuentra con las de Tata y Merche. La
calidez de todas esas manos sobre las suyas hace que su
respiración se relaje poco a poco. Cierra sus ojos, inspira, deja que la calma
se asiente. Pasado un par de minutos, abre los ojos y
asiente.
—Todas tenemos miedo, Maya —la voz de Tata ahora suena
como un susurro—. No eres de piedra. La valiente es la que conoce sus miedos y
los enfrenta, sola o con ayuda de quienes ama. Y tú eres muy valiente, Maya. —Vuelve
a mirar a Merche—. Tú también eres muy valiente, Mercedes.
Ambas mujeres asienten, y Lena sonríe satisfecha.
Sabía que esto funcionaría.
—Será mejor que nos tomemos las bebidas mientras
estén calentitas, mis niñas.
Maya sonríe y le da un pequeño sorbo al té. Se queda
paladeando, saboreando, y se fija en una de las ventanas. A través de
ella, puede ver que el pueblo está totalmente despierto, animado. Unos van
ya al alcázar a seguir con los preparativos; otros prefieren remolonear un
poco; y algunos Creadores aprovechan para entretenerse con sus
propias habilidades, atrayendo a un pequeño público a su alrededor. Puede
que alguno de ellos, en el futuro, acabe siendo elegido para una Reunión.
Tanta vida le hace sentirse aún mejor.
***
Maya y Lena salen de casa de Tata Celeste en dirección
al alcázar. No volverán a ver a la anciana hasta la noche, y Merche ha decidido
quedarse con Tata lo que queda de día. Tienen mucho que hablar y, seguramente,
practicar.
Mientras están de camino, Lena consulta su móvil.
Había sentido una vibración en el bolsillo mientras estaban en casa de Tata. Se
lo enseña a Maya, quien ya también tiene el suyo entre sus manos.
—Mi madre dice que comamos algo en la fonda de
Macarena después de los preparativos. Y que no va a dejar que esta vez papá
pague todo.
Maya sonríe ante eso último, y muestra a su
esposa la pantalla de su móvil. Sus padres también se apuntan. Una
comida familiar antes de la Reunión, seguro que eso también le vendrá
maravillosamente.
Avanzan por el camino pavimentado, que
gradualmente deja paso a uno de piedra y tierra a medida que se acercan al
alcázar. En otros pueblos sería un punto turístico muy reclamado, pero el
de Ogrera del Soto es un
castillo más bien discreto. Muy poco ha cambiado desde la
época árabe, desde los tiempos legendarios de aquellos ogros que
nadie sabe con certeza si existieron. Y es el lugar donde, muchos dicen,
nace la verdadera magia de la zona. Los estudiosos que vienen
a Ogrera siempre se detienen aquí, pero en un día como hoy ningún
curioso que no sea oriundo del pueblo puede pisar el lugar.
O eso creían, porque a unos metros de la entrada al
alcázar ven varias furgonetas. Reconocen el símbolo de una productora de
televisión, así que está claro que no son del pueblo. Como tampoco lo
son los cámaras y la reportera que, al igual que varios ogreranos curiosos,
observan la discusión entre una mujer canosa de porte regio y un hombre
barrigudo de cabeza rapada y perilla cobriza. Maya y Lena reconocen a
estos dos.
—Mierda… ¿Ya la está liando Pepe? —murmura Lena antes
de acelerar el paso—. Y con la alcaldesa, que a esa sí que le gusta una
juerga.
Cuanto más cerca están, mejor oyen la discusión. La
alcaldesa Herrera está señalando a las furgonetas y los
cámaras. La reportera intenta comprobar si su micrófono funciona,
pero Herrera ya la tiene en su punto de mira. Luego se vuelve a
Pepe. Suspira para intentar parecer menos airada.
—Te lo dije mil veces, y te lo digo la mil y
una: la Reunión es privada, solo es para ogreranos. Me da igual
que los de tu productora quieran imágenes, no pueden entrar en el
Alcázar. —Señala otra vez al equipo de grabación—. Si quieren hacer un
reportaje del pueblo, vale, pero aquí no pueden pasar.
Lena y Maya se unen al grupo de curiosos al tiempo que
Pepe por fin parece que tiene el turno de palabra:
—Lo sé, pero debe entenderlo,
alcaldesa. Ogrera del Soto es algo más que un sitio para pringaos que
dicen estudiar lo paranormal. —El comentario de Pepe no le ha sentado nada
bien a la alcaldesa—. No somos un pueblo dejado de la mano de Dios. Los
Creadores no somos ni temidos ni odiados. ¿Se imagina la publicidad que
supondría la Reunión?
—Esto no es un circo. —Herrera se cruza de
brazos, reforzando su negativa—. Si quieren hacer un reportaje del pueblo,
no lo impediré, pero…
—¡Lo sé, lo sé! No pueden entrar al alcázar. —Pepe se
vuelve al equipo—. Ya habéis oído a la autoridad. Lo he intentado al menos. —Lo
que no ve nadie que no sea del equipo es el guiño que les dedica—. Nos vemos
luego.
Mientras recogen y los curiosos se vuelven al alcázar,
Pepe reconoce a las dos mujeres que destacan de entre el gentío.
—¡Maya, Lena! Madre mía, sí que ha pasado el
tiempo.
Maya la recuerda que él estuvo en su boda.
—Para mí es una eternidad, entre giras y tal… ¿Qué? ¿Con
ganas?
—¿No tenías algo mejor que hacer que discutir con la
alcaldesa? —pregunta Lena, aprovechando que Herrera se ha ido también al
alcázar—. Siempre te ha gustado montar numeritos.
—¡Y por eso salgo en la tele! —Pepe se señala con
ambos pulgares. Carraspea antes de seguir, al ver que su gracia no surte efecto—:
Mirad, sé que la Reunión es algo serio. ¡Joder, que si no sale bien…! —Se fija
en que algo cambia en la mirada de Maya cuando lo dice—. Lo siento. Solo creo
que Ogrera merece algo más que ir por ahí diciendo que en tiempos de
Maricastaña igual hubo ogros por aquí.
Maya le recuerda a Pepe lo que ha dicho la
alcaldesa. Admite que le gustaría que Ogrera fuera algo más, y
en eso está de acuerdo, pero no de esta forma. «La Reunión es demasiado
peligrosa… no, importante, para esto», y Maya se siente un poco mal por tener
que corregirse en medio de la frase.
Pepe se encoge de hombros.
—Lo sé, lo sé… Estáis todos igual.
—Después de la Reunión supongo que podrán grabar lo
que quieran. —Lena dirige la mirada a las furgonetas—. Que a mí tampoco me cae
bien Herrera, pero enfrentarte con ella no es lo mejor. Y la Reunión no es un
juego.
—¡Solo quiero que Herrera vea que está anclada en el
pasado! —Al encontrarse de nuevo con los ojos desafiantes de Maya, claudica, y
saca algo del bolsillo: un pequeño dispositivo—. Iba a colarlo en el alcázar
para grabar a escondidas, pero no voy a buscarme más peleas, aunque sea por
vosotras dos. —Y se lo da a uno de los cámaras, que se acerca a recogerlo—.
¿Contentas?
Ambas mujeres asienten. Resignado, frustrado, aunque
en el fondo sabiendo que ha hecho lo correcto, Pepe las invita a acompañarle.
Los tres se dirigen al alcázar, donde muchos de los ogreranos ya
están terminando con parte de los preparativos.
Mientras, el equipo de grabación aún no entiende qué
hacen perdiendo el tiempo allí.
***
Tras los preparativos, la tarde con el resto
de la familia está llena de buena charla, bebida y comida. La fonda de Macarena
está hasta arriba: Pepe había reservado gran parte del lugar para él y su
equipo, pero la esquina de siempre de Antón, el padre de Lena, es sagrada. Lo
que sorprende a Maya y Lena es que se les acaben uniendo Tata Celeste y Merche.
Pensaban que no las verían hasta la Reunión, pero ahí están, haciendo buena
compañía a ambas familias.
Estar con sus padres, sus suegros, su mujer y sus
amigas hace que Maya se sienta más tranquila, sobre todo porque
evitan hablar de la Reunión más allá de los detalles sobre los
preparativos. Y lo agradece, pero el recordar la responsabilidad hace que
durante unos segundos se sienta incómoda. La mano de Lena sobre la suya le
permite recobrar la compostura.
Tras la comida, deciden dar un paseo de vuelta al
alcázar. Maya y Lena van agradablemente cogidas de la mano, viendo cómo la luz
casi anaranjada del sol ilumina el castillo donde, en unas horas, todo
comenzará… y acabará. Un escalofrío recorre en ese momento la espalda de
Maya.
—¿Todo bien?
Maya asiente, y aprovecha para disculparse por dejar
que los nervios la traicionaran por un momento.
—No debes disculparte. Tranquila, estamos contigo,
¿recuerdas? —Y la besa suavemente en una mejilla.
Ninguna de las dos mujeres se ha dado cuenta de que
Tata Celeste y Merche se han parado a su lado. Ambas sonríen cuando la
pareja se percata de ellas.
—No os distraigas, mis niñas. Aún quedan unas horas,
pero seguramente queráis descansar y prepararos. Todos estamos nerviosos, es lo
normal.
Pese a las palabras tranquilizadoras, Maya aún está
tratando de poner en orden sus pensamientos. ¿Qué va a pasar ahora?
—Una Reunión solo se da cada veinte años… Y tenemos
que darlo todo esta noche —añade Merche.
[Continúa en la parte 2]
[Continúa en la parte 2]
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