lunes, junio 25, 2018

Creadora - parte 1 de 2


Maya Lorca mira al público congregado antes de empezar. Cierra los ojos. Respira hondo. Alza los brazos y comienza a describir amplios arcos con ellos. 
Cada movimiento está medido al milímetro, y de las manos de Maya se desprenden pequeños vapores azules que se arremolinan y pronto adquieren definición. Son animales: conejos, cervatillos, pájaros… El público observa, atento, con una emoción imposible de contener. 
Los animalitos vaporosos, de un azul brillante, se acercan curiosos a los presentes, e incluso uno de los conejos se deja acariciar por una chiquilla del público. Pero algo hace que los animales se detengan. Han aparecido otras figuras, humanas esta vez, con escopetas. Cazadores de un aspecto de lo más estereotipado, bien reconocibles. Los disparos de sus escopetas asustan a las criaturas, las balas se tornan en un humo que atraviesa a los presentes, sin hacerles daño, y ningún proyectil acierta tampoco a los animales fantasmagóricos. Las criaturas del bosque se reúnen, y sus vapores se funden, creciendo en tamaño, dando lugar a una figura gigantesca, un imponente ciervo de cornamenta intrincada, que mira a los cazadores, impotentes. Aun siendo puro humo, se puede oír el glorioso bramido del gran ciervo, que espanta a los cazadores, quienes se desvanecen para nunca volver. El animal gigante, orgulloso, también comienza a desaparecer. 
Lo que queda del vapor vuelve a las manos de Maya mientras esta termina el breve cuento del Guardián del Bosque. Abre los ojos y mira a su alrededor. Aunque sea una historia corta y muy conocida por todos, la maestría con la que Maya la ha traído a la vida sigue sorprendiendo a propios y extraños. 
Y, en ese momento, el público se desvanece, como las figuras del relato de Maya. Ni siquiera sus seres queridos están. Todos han desaparecido en un estallido de humo, y en su lugar tres figuras, blancas, altas y con rostros lisos, se materializan. 
Los vio hace veinte años, y han vuelto. Pero su situación actual es muy distinta a la de entonces: Maya no es parte del público, es una de las elegidas de la Reunión, han puesto su confianza en ella. Y los rostros sin ojos la observan... No, no solo la observan: la están juzgando. 
Uno de los Artífices alza lo que debe ser su mano. Un largo dedo la señala, y a continuación Maya puede oír una voz, tan antigua como el mundo, decir: 
—Y así termina… vuestra Historia. 
Y lo siente. Maya baja la vista hacia sus manos. Sus dedos se están convirtiendo en el vapor azulado, luego sus palmas. Intenta gritar, pero de su garganta nunca ha salido voz alguna, y menos ahora. 
Y llora. Porque es lo único que le queda. 

*** 

Súbitamente, Maya se incorpora. Tiene la ropa empapada en sudor y el pelo pegado a la frente. Respira muy rápido y siente como si su corazón fuese a salirse del pecho. La pesadilla ha terminado, pero el agobio, la tristeza, y la decepción siguen ahí. Lleva meses preparándose para el gran día de la Reunión, que está ya a unas horas; pero en esos mismos meses sus sueños se han vuelto más intranquilos, hasta llegar a la aterradora pesadilla que la acaba de despertar. 
Intenta controlar los nervios, pero sus manos están fuertemente aferradas a las sábanas. Suelta la tela y vuelve las palmas hacia sus ojos en la semioscuridad. Abre y cierra lentamente las manos, siguiendo el movimiento de sus finos dedos oscuros. Siguen ahí, no se han convertido en humo. Siente un ligero alivio. 
Se vuelve para mirar a su pareja. Esta se revuelve, y abre lentamente los ojos. El reflejo de la luna se cuela por la ventana para revelar el rostro aún adormilado de Lena, y esa luz tenue le revela el rostro, entre preocupado y aliviado, de Maya. Antes de que Lena pueda reaccionar, su esposa ya se ha abalanzado sobre ella, abrazándola con todas sus fuerzas. Lena puede sentir las lágrimas que recorren las mejillas de Maya. 
Una pesadilla. 
—Cariño… —Lena intenta tranquilizarla, aunque sus palabras solo hacen que Maya saque más fuerzas en su abrazo.
Lena deja, finalmente, que su compañera siga abrazándola, hasta que está agotada de apretar. Maya se separa lentamente, momento que aprovecha Lena para encender la lámpara de la mesita de noche. Las dos mujeres se sientan en la cama, se miran fijamente. Lena acaricia la mejilla de Maya, llevándose una lágrima con el dedo.
—¿Crees que si me cuentas lo que has soñado te sentirás mejor? 
Maya suspira. Ahora sus manos no se mueven fruto del nerviosismo. Ahora las usa para hablar con su pareja, para desahogarse y compartir sus preocupaciones. Lena atiende a cada signo. Mientras narra, el vapor azul se materializa en sus manos, y crea las figuras tenebrosas sin rasgos que la han despertado. Ante el recuerdo, Maya termina bruscamente su narración, desvaneciéndose el humo. 
Lena toma las manos de Maya entre las suyas, más grandes y pálidas en comparación, pero igual de cariñosas. 
—Estamos aquí, ¿lo ves? —Lena alza las manos entrelazadas—. Sé que estás nerviosa por lo de la Reunión, ¡pero lo harás genial! —Sonríe, esperando que Maya la imite, sin éxito de momento—. Además, has tenido a una gran maestra… ¿Qué digo una gran maestra? ¡Tata Celeste es la mejor! Y tú eres digna de su legado. 
Las manos de Maya se escurren lentamente. Lanza un suspiro silencioso y sale de la cama, dando vueltas por la habitación. Lena también se levanta y la interrumpe en su deambular. Maya se queda mirando a la mujer pelirroja de gran estatura con la que lleva tanto tiempo compartiendo su vida. 
Al verla de frente, Maya piensa en cómo Lena siempre ha estado a su lado. Desde que se conocieron en el colegio, Lena ha sido su apoyo moral, inamovible a su lado, paciente y comprensiva con la niña tímida y muda de manos finas y ágiles. Desde la primera vez que se vieron, nunca se han separado la una de la otra. 
Ahora está recordando la última Reunión, hace veinte años. Maya quería acompañar a su mentora, Tata Celeste, pero tenía miedo de lo que podía pasar si algo salía mal. Había oído historias del pasado, ya lejano, sobre aquellos que fallaron: eliminados, borrados, convertidos en un simple recuerdo. Historias tenebrosas de las que beben sus pesadillas. 
Pero allí estaba Lena, para hacerle compañía y asegurarle que nada malo iba a ocurrir. Ni siquiera sus padres, también presentes, le habían inspirado entonces tanta tranquilidad y seguridad. 
Y nada malo pasó. Como no había pasado en el último siglo de Reuniones. 
Los años han reforzado la confianza y el vínculo entre ellas. Y ahora Lena está dispuesta a ofrecer, una vez más, todo su apoyo a la mujer que era su amiga y compañera, y con la que se había comprometido para el resto de sus vidas. Sus ojos muestran una determinación que, lentamente, se va contagiando a la mirada de Maya. 
Se funden en un abrazo, Lena susurra palabras esperanzadoras a su pareja, y la besa en la frente. Pasan unos minutos hasta que se separan, y Maya se seca las últimas lágrimas. 
—¿Mejor? 
Maya asiente en respuesta, y una amplia sonrisa se dibuja en la cara de Lena. Maya hace un gesto de agradecimiento que su esposa responde, esta vez con un signo en vez de con palabras. Sin más, ambas vuelven despacio a la cama. Antes de apagar la luz, Lena habla por última vez, bromeando para terminar de animar a su esposa: 
—Descansa bien, Maya. No querrás ir mañana a casa de Tata Celeste con unas ojeras que te lleguen al suelo. 

*** 

Los primeros rayos del sol iluminan el cielo y el pueblo de Ogrera del Soto. Un pueblo que, según cuenta la leyenda, fue hogar de una tribu de ogros, de ahí su nombre. No se sabe si aquellos ogros realmente existieron o no, pero la localidad tiene un aura mágica a su alrededor que la hace atractiva a curiosos y estudiosos. De hecho, es aquí donde nacieron los Creadores, ogreranos capaces de llevar su imaginación más allá de la barrera entre ficción y realidad, de contar historias que estimulen todos los sentidos, con característicos vapores azules para dar forma literal a sus cuentos. 
Y es en el alcázar que preside el pueblo donde, cada veinte años, aquellos a los que llaman Artífices vienen a poner a prueba su don en la Reunión. Quiénes son estos Artífices, de dónde vienen, por qué juzgan esa habilidad… Nadie lo sabe, pues solo hablan para emitir su juicio. 
El juicio que Maya, una de las Creadoras elegidas para la Reunión, teme hasta en sus pesadillas. 

*** 

Con estas primeras horas del alba, Maya y Lena salen de casa para ir a ver a Tata Celeste. Lena sabe que Maya necesita a Tata más que nunca. Con la ayuda de Tata, Lena tiene por seguro que Maya estará al cien por cien para el gran momento. 
A medida que bajan por la calle principal, observan cómo el pueblo se va desperezando. Los más madrugadores se ponen en marcha para los últimos preparativos para la Reunión en el alcázar. Son los primeros que, además, han salido a darles los buenos días, y a dar ánimos a Maya. Desde sus ventanas, desde sus portales, desde sus negocios… Algunas de estas personas, Creadoras como ella, llenan el aire de símbolos y figuritas azules para desearle lo mejor.
Maya se ruboriza con cada persona que la anima. Tanta buena gente que confía en ella y en lo que es capaz de hacer. ¿No les preocupa lo que pueda pasar si ella…? Maya sacude la cabeza en un intento de desterrar ese pensamiento.
Una vecina en particular sale a su paso. Es algo más baja que Lena, con el pelo rubio y corto, y por mucho que lo intente, Mercedes Vega, Merche, no es capaz de ocultar su nerviosismo. A fin de cuentas, también participa en la Reunión. Ella también tuvo a Tata Celeste como mentora, pero dejó Ogrera del Soto junto a su familia hace años, y ha vuelto a tiempo para dejar claro que, en este tiempo fuera, se ha vuelto una Creadora lo bastante buena como para ser elegida.
—¡Buenos días, Merche! —Lena es la primera en saludar, y a su lado Maya saluda con la mano y una sonrisa tímida—. ¿Nerviosa?
Merche suspira ante la pregunta retórica.
—Buenos días a las dos —dice mientras sonríe a Maya, y luego a Lena—. Es un día importante, lo raro sería estar tranquila. No habéis visto a Pepe, ¿no?
Pepe Molina casi siempre está fuera del pueblo, ocupado en sus giras de espectáculos y en sus apariciones en televisión. Es el único Creador que ha tenido valor para dar ese salto a la fama lejos de Ogrera, un salto a todas luces merecido. No en vano, él es el tercer y último elegido para la Reunión.
Maya niega con la cabeza, y comenta que incluso alguien como él, acostumbrado a escenarios y focos, estará temblando como un flan. Hay algo en la Reunión que no se da en un programa de la tele. Y eso hace que Maya vuelva a pensar en lo que pueda ocurrir si…
—Más le vale que esté aquí a tiempo —la voz de Lena consigue interrumpir los pensamientos de su esposa—. Aún recuerdo cuando no había ni un día que llegara temprano al instituto.
Las tres ríen por lo bajo, aliviando a las dos Creadoras. Más animada, Maya le dice a Merche que van a ver a Tata Celeste, y le pregunta si quiere acompañarlas.
—Gracias, pero quiero practicar un poco por mi cuenta y descansar. Aparte… —Merche vuelve a suspirar, ya no con nerviosismo, sino con pena—. Mirad, no llevo ni un año de vuelta, y… —Traga saliva—. La cosa es… creo que Tata todavía está molesta porque la dejé… colgada cuando nos mudamos.
Maya interviene de nuevo. Sabe que, desde que volvió, Merche ha evitado a Tata Celeste por esa razón, incluso en la boda de Maya y Lena, con todo el pueblo allí, hizo lo posible por no coincidir con la anciana. Pero también sabe Maya que Tata no es de las que guardan rencor, está segura de que se alegrará verla tras tanto tiempo. Finaliza con un «es normal que alguien que te quiere se sienta triste al marcharte, pero ¿y la alegría que sentirá al verte?». 
Merche se cruza de brazos y baja la cabeza. Ninguna de las otras dos mujeres sabe cómo interpretarlo, hasta que Merche habla:
—Supongo que, tarde o temprano debo hacerlo... —Mira a la pareja, y esboza una leve sonrisa—. Bien, iré con vosotras. ¿Qué es eso que solía decir Tata? «La valiente es la que tiene miedo y se enfrenta a él.»
Solía y suele decirlo, añade Maya. Las tres mujeres se ponen en camino, y ahora Merche también recibe los ánimos de los vecinos. Al principio piensa que este honor es exclusivo de Maya, porque ella es la que se ha quedado allí, en Ogrera del Soto, es la que mejor conocen los vecinos. Pero no: escucha también su nombre, no la han olvidado, ni la tratan como a una forastera, y está muy feliz de saberlo. El pueblo está volcado en ellas y en lo que esa noche van a demostrar.

*** 

Las tres llegan a la entrada de un pequeño edificio de planta baja y paredes azuladas. Justo en la entrada se encuentran con una mujer de edad avanzada, tez morena y cabellos canos recogidos en una larga cola. La anciana sonríe al ver a Maya y Lena. Sus pequeños ojos se dirigen a la tercera mujer. Merche traga saliva, empezando a pensar que igual no debería haber aceptado la invitación de Maya tan a la ligera. 
—Al fin has decidido venir —a pesar de lo que esperaba Merche, la voz de Tata Celeste está llena de dulzura—. ¿Qué tal todo?
Antes de que Maya y Lena puedan hacer nada, Merche se acerca corriendo a Tata Celeste, y la abraza. La anciana responde abrazándola también, y las otras dos mujeres no tardan en unirse al abrazo grupal. Pasan los minutos hasta que al fin se separan, y las cuatro se descubren con lágrimas. Dejan escapar una risita antes de que Merche hable: 
—Estoy bien, Tata, gracias… Pensé que estarías enfadada conmigo. 
—¿Enfada? —Tata sonríe de nuevo—. Me apenó que te fueras, pero has vuelto. Más me apenaba que estuvieras en Ogrera y no quisieras verme. Tenías miedo, pequeña… Pero eso ha terminado. 
Maya asiente y le dice a Tata que necesitan pasar un rato con ella. La anciana sabe muy bien lo que son los nervios antes de la Reunión. Ha participado en las tres últimas, y por mucha experiencia que una tenga, ese nudo en el estómago nunca desaparece. Ni siquiera ahora que ha dejado su lugar a gente más joven, como Maya y Merche. Pero sabe cómo enfrentarse a ello, es algo que aún puede enseñar a estas dos Creadoras. Y puede que Lena también aprenda algo. 
—Entrad, por favor, y pongámonos cómodas. Va a quedarse un buen día, pero todavía hace fresco. 

*** 

Tata Celeste, Maya y Merche están sentadas a la mesa, esperando a que Lena traiga las bebidas. Cuando esta se acerca con su café y el de Merche, el té de Maya y la leche caliente para Tata, se encuentra a Maya moviendo sus manos. De ellas surgen los conocidos vapores que delatan a Creadoras como ella. También los ve en las manos de Merche y Tata, pero ambas susurran además palabras que provocan que ese mismo humo azul salga de sus bocas. 
Lena se acerca sonriente, al ver que las dos mujeres más jóvenes no se ven tan preocupadas, mientras la anciana sigue demostrando la habilidad que la ha convertido en una persona tan respetada en Ogrera del Soto. Con cuidado, deja las bebidas sobre la mesa y se sienta al lado de Maya, mirando con curiosidad lo que están haciendo. Piensa en cómo estas pequeñas demostraciones pueden ayudar a Maya a desenvolverse y vencer sus miedos. La presencia de Tata Celeste está haciendo mucho bien a su autoestima, como suponía, y parece funcionar también con Merche. 
Un suave movimiento de manos de Maya y de Merche, y unas palabras casi imperceptibles de Tata Celeste hacen desaparecer las figuritas de humo. Lena aprovecha para tomar una de las manos de Maya, y susurrarle algo al oído. Maya sonríe y se sonroja. 
Frente a ellas, Tata Celeste sopla el vaso de leche. El humo caliente se retuerce y la pareja se reconoce en las formas que van difuminándose conforme ascienden, hasta desaparecer por completo. La anciana les sonríe. 
—Aún recuerdo cuando vinisteis conmigo a la última Reunión —comienza a decir, para sorpresa de la pareja—. Tan pequeñas y tan juntas. Me alegra el corazón veros tan unidas tras tantos años. 
Maya levanta su mano y la de Lena. Tata asiente, Merche sonríe y Lena se ruboriza. 
—Justo así de agarraditas estabais, sí. —Tata Celeste se ríe—. Habéis crecido y sois más maravillosas que entonces. 
Pero, por supuesto, la vieja Creadora no se ha olvidado de la otra persona: 
—Veo que lo que aprendiste aquí te ha servido fuera. —Tata busca la mano de Merche para tomársela, y así lo hace—. Has creado también tu propio estilo. 
—Tata… —a Merche le cuesta encontrar las palabras, pero deshace el nudo en su garganta con lágrimas—. Todo lo que me has enseñado… ha hecho que el tiempo fuera de Ogrera fuese más llevadero, el saber que había algo de mi hogar conmigo, los amigos que he hecho y admiran este arte… Y escucharte decir eso… Gracias, Tata. Desde lo más hondo, no puedo estar más agradecida. Y siento muchísimo haber pensado que estarías enfadada conmigo... 
Con la otra mano, Tata acaricia la de Merche, satisfecha al oírla librarse de sus dudas. 
—No hay nada que agradecer, mi niña, ni tienes que disculparte. Y espero con ansia ver con qué nos vas a sorprender en la Reunión. 
Aunque las palabras van dirigidas a Merche, es Maya la que recuerda la responsabilidad que recae sobre sus hombros. Todos en Ogrera del Soto creen que ella, igual que creen en Merche y Pepe. De todos los Creadores del pueblo, ellos tres son los elegidos, los mejores. Y, sin embargo, ella no confía en sí misma. Su respiración es cada vez más pesada, y un sudor frío recorre su frente y su espalda. 
En un momento como aquel, que prácticamente la deja incapacitada, siente la mano de Lena apretando la suya. Al mismo tiempo, se mano libre se encuentra con las de Tata y Merche. La calidez de todas esas manos sobre las suyas hace que su respiración se relaje poco a poco. Cierra sus ojos, inspira, deja que la calma se asiente. Pasado un par de minutos, abre los ojos y asiente.  
—Todas tenemos miedo, Maya —la voz de Tata ahora suena como un susurro—. No eres de piedra. La valiente es la que conoce sus miedos y los enfrenta, sola o con ayuda de quienes ama. Y tú eres muy valiente, Maya. —Vuelve a mirar a Merche—. Tú también eres muy valiente, Mercedes. 
Ambas mujeres asienten, y Lena sonríe satisfecha. Sabía que esto funcionaría. 
—Será mejor que nos tomemos las bebidas mientras estén calentitas, mis niñas. 
Maya sonríe y le da un pequeño sorbo al té. Se queda paladeando, saboreando, y se fija en una de las ventanas. A través de ella, puede ver que el pueblo está totalmente despierto, animado. Unos van ya al alcázar a seguir con los preparativos; otros prefieren remolonear un poco; y algunos Creadores aprovechan para entretenerse con sus propias habilidades, atrayendo a un pequeño público a su alrededor. Puede que alguno de ellos, en el futuro, acabe siendo elegido para una Reunión. 
Tanta vida le hace sentirse aún mejor. 

*** 

Maya y Lena salen de casa de Tata Celeste en dirección al alcázar. No volverán a ver a la anciana hasta la noche, y Merche ha decidido quedarse con Tata lo que queda de día. Tienen mucho que hablar y, seguramente, practicar. 
Mientras están de camino, Lena consulta su móvil. Había sentido una vibración en el bolsillo mientras estaban en casa de Tata. Se lo enseña a Maya, quien ya también tiene el suyo entre sus manos. 
—Mi madre dice que comamos algo en la fonda de Macarena después de los preparativos. Y que no va a dejar que esta vez papá pague todo. 
Maya sonríe ante eso último, y muestra a su esposa la pantalla de su móvil. Sus padres también se apuntan. Una comida familiar antes de la Reunión, seguro que eso también le vendrá maravillosamente. 
Avanzan por el camino pavimentado, que gradualmente deja paso a uno de piedra y tierra a medida que se acercan al alcázar. En otros pueblos sería un punto turístico muy reclamado, pero el de Ogrera del Soto es un castillo más bien discreto. Muy poco ha cambiado desde la época árabe, desde los tiempos legendarios de aquellos ogros que nadie sabe con certeza si existieron. Y es el lugar donde, muchos dicen, nace la verdadera magia de la zona. Los estudiosos que vienen a Ogrera siempre se detienen aquí, pero en un día como hoy ningún curioso que no sea oriundo del pueblo puede pisar el lugar. 
O eso creían, porque a unos metros de la entrada al alcázar ven varias furgonetas. Reconocen el símbolo de una productora de televisión, así que está claro que no son del pueblo. Como tampoco lo son los cámaras y la reportera que, al igual que varios ogreranos curiosos, observan la discusión entre una mujer canosa de porte regio y un hombre barrigudo de cabeza rapada y perilla cobriza. Maya y Lena reconocen a estos dos. 
—Mierda… ¿Ya la está liando Pepe? —murmura Lena antes de acelerar el paso—. Y con la alcaldesa, que a esa sí que le gusta una juerga. 
Cuanto más cerca están, mejor oyen la discusión. La alcaldesa Herrera está señalando a las furgonetas y los cámaras. La reportera intenta comprobar si su micrófono funciona, pero Herrera ya la tiene en su punto de mira. Luego se vuelve a Pepe. Suspira para intentar parecer menos airada. 
—Te lo dije mil veces, y te lo digo la mil y una: la Reunión es privada, solo es para ogreranos. Me da igual que los de tu productora quieran imágenes, no pueden entrar en el Alcázar. —Señala otra vez al equipo de grabación—. Si quieren hacer un reportaje del pueblo, vale, pero aquí no pueden pasar. 
Lena y Maya se unen al grupo de curiosos al tiempo que Pepe por fin parece que tiene el turno de palabra: 
—Lo sé, pero debe entenderlo, alcaldesa. Ogrera del Soto es algo más que un sitio para pringaos que dicen estudiar lo paranormal. —El comentario de Pepe no le ha sentado nada bien a la alcaldesa—. No somos un pueblo dejado de la mano de Dios. Los Creadores no somos ni temidos ni odiados. ¿Se imagina la publicidad que supondría la Reunión? 
—Esto no es un circo. —Herrera se cruza de brazos, reforzando su negativa—. Si quieren hacer un reportaje del pueblo, no lo impediré, pero… 
—¡Lo sé, lo sé! No pueden entrar al alcázar. —Pepe se vuelve al equipo—. Ya habéis oído a la autoridad. Lo he intentado al menos. —Lo que no ve nadie que no sea del equipo es el guiño que les dedica—. Nos vemos luego. 
Mientras recogen y los curiosos se vuelven al alcázar, Pepe reconoce a las dos mujeres que destacan de entre el gentío. 
—¡Maya, Lena! Madre mía, sí que ha pasado el tiempo. 
Maya la recuerda que él estuvo en su boda. 
—Para mí es una eternidad, entre giras y tal… ¿Qué? ¿Con ganas? 
—¿No tenías algo mejor que hacer que discutir con la alcaldesa? —pregunta Lena, aprovechando que Herrera se ha ido también al alcázar—. Siempre te ha gustado montar numeritos. 
—¡Y por eso salgo en la tele! —Pepe se señala con ambos pulgares. Carraspea antes de seguir, al ver que su gracia no surte efecto—: Mirad, sé que la Reunión es algo serio. ¡Joder, que si no sale bien…! —Se fija en que algo cambia en la mirada de Maya cuando lo dice—. Lo siento. Solo creo que Ogrera merece algo más que ir por ahí diciendo que en tiempos de Maricastaña igual hubo ogros por aquí. 
Maya le recuerda a Pepe lo que ha dicho la alcaldesa. Admite que le gustaría que Ogrera fuera algo más, y en eso está de acuerdo, pero no de esta forma. «La Reunión es demasiado peligrosa… no, importante, para esto», y Maya se siente un poco mal por tener que corregirse en medio de la frase. 
Pepe se encoge de hombros. 
—Lo sé, lo sé… Estáis todos igual. 
—Después de la Reunión supongo que podrán grabar lo que quieran. —Lena dirige la mirada a las furgonetas—. Que a mí tampoco me cae bien Herrera, pero enfrentarte con ella no es lo mejor. Y la Reunión no es un juego. 
—¡Solo quiero que Herrera vea que está anclada en el pasado! —Al encontrarse de nuevo con los ojos desafiantes de Maya, claudica, y saca algo del bolsillo: un pequeño dispositivo—. Iba a colarlo en el alcázar para grabar a escondidas, pero no voy a buscarme más peleas, aunque sea por vosotras dos. —Y se lo da a uno de los cámaras, que se acerca a recogerlo—. ¿Contentas? 
Ambas mujeres asienten. Resignado, frustrado, aunque en el fondo sabiendo que ha hecho lo correcto, Pepe las invita a acompañarle. Los tres se dirigen al alcázar, donde muchos de los ogreranos ya están terminando con parte de los preparativos. 
Mientras, el equipo de grabación aún no entiende qué hacen perdiendo el tiempo allí.  

*** 

Tras los preparativos, la tarde con el resto de la familia está llena de buena charla, bebida y comida. La fonda de Macarena está hasta arriba: Pepe había reservado gran parte del lugar para él y su equipo, pero la esquina de siempre de Antón, el padre de Lena, es sagrada. Lo que sorprende a Maya y Lena es que se les acaben uniendo Tata Celeste y Merche. Pensaban que no las verían hasta la Reunión, pero ahí están, haciendo buena compañía a ambas familias. 
Estar con sus padres, sus suegros, su mujer y sus amigas hace que Maya se sienta más tranquila, sobre todo porque evitan hablar de la Reunión más allá de los detalles sobre los preparativos. Y lo agradece, pero el recordar la responsabilidad hace que durante unos segundos se sienta incómoda. La mano de Lena sobre la suya le permite recobrar la compostura. 
Tras la comida, deciden dar un paseo de vuelta al alcázar. Maya y Lena van agradablemente cogidas de la mano, viendo cómo la luz casi anaranjada del sol ilumina el castillo donde, en unas horas, todo comenzará… y acabará. Un escalofrío recorre en ese momento la espalda de Maya. 
—¿Todo bien? 
Maya asiente, y aprovecha para disculparse por dejar que los nervios la traicionaran por un momento. 
—No debes disculparte. Tranquila, estamos contigo, ¿recuerdas? —Y la besa suavemente en una mejilla. 
Ninguna de las dos mujeres se ha dado cuenta de que Tata Celeste y Merche se han parado a su lado. Ambas sonríen cuando la pareja se percata de ellas.
—No os distraigas, mis niñas. Aún quedan unas horas, pero seguramente queráis descansar y prepararos. Todos estamos nerviosos, es lo normal.
Pese a las palabras tranquilizadoras, Maya aún está tratando de poner en orden sus pensamientos. ¿Qué va a pasar ahora? 
—Una Reunión solo se da cada veinte años… Y tenemos que darlo todo esta noche —añade Merche.

[Continúa en la parte 2]

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