miércoles, agosto 29, 2018

Relatos de la Ascendencia - Shevar

¿Qué es la vida? Con tantos mundos y tantas posibilidades, no hay una forma de determinar, exactamente, qué es. Cada civilización puede plantear la vida de una manera distinta a muchos niveles, desde la composición química hasta la actividad de los seres, que distinga a los vivos de los inertes. Para unos, la vida no era más que lo que habían catalogado como flora y fauna; para otros, los mismos planetas son entes vivientes. Nacer, crecer, morir, la procreación podía añadirse también, según a quien se preguntara…  
Los Shevar no se planteaban estas cosas. No necesitaban una definición de la vida. Y tampoco era cierto que no supiesen lo que era la vida, ni que no reconocieran a otros seres como vivos. Conocían muy bien la vida y la saboreaban: era su alimento.  
Pero ¿quiénes eran los Shevar? Un rápido vistazo revelaba a unas criaturas de cuerpos alargados acabados en una gran protuberancia sensorial, con extremidades superiores alargadas y numerosas, y tentáculos inferiores que les permitían desplazarse lentamente. Pese a su aspecto, no tan retorcido como el de otras especies en la multitud de mundos, lo que hacía únicos a los Shevar era su naturaleza inorgánica. Sus células, sus tejidos, nada en ellos conocía el carbono.  
Aunque pudiera haber quien, seguramente, lo negara, los Shevar mismos se veían como seres vivos, su composición era lo que menos importaba: nacían, crecían, se reproducían… aunque nadie había visto jamás a un Shevar muerto, debían morir también. E igual que conocían la vida, los Shevar conocían la muerte. Concretamente, la ajena. Ya que su alimento era la misma esencia vital, se convirtieron en los heraldos del fin en su Universo, pues no eran originarios del nuestro.  
En su Universo de origen, habían sido capaces de manipular la Física a su antojo, de forma parecida a cómo un hechicero podría lanzar un conjuro. No era extraño que incluso entre ellos se refiriesen a lo que les rodeaba con términos místicos, incluso sus líderes eran conocidos como los Hechiceros, las más poderosas figuras de la sociedad Shevar, si es que eso existía. Eran estos Hechiceros los que mejor representaban el potencial destructor de los Shevar, y en su hogar lideraban la expansión de su especie, unida a su capacidad para absorber la energía vital de toda criatura ajena a ellos. En su última demostración de sus poderes, en un mundo arrasado por sus acciones, crearon un portal, casi sin proponérselo realmente, y esto había atraído a numerosos y curiosos Shevar. Sobre todo, por lo que habían vislumbrado al otro lado de este.  
No solamente estaban entrando en un nuevo Universo, uno donde sus poderes sobre las leyes físicas ya no surtían efecto, donde debían acostumbrarse a las nuevas fuerzas que ahora regían también sobre ellos. El mundo al que habían llegado en ese nuevo Universo era fértil, un paraíso, cubierto de flora y fauna diversa. Era un vergel, una maravilla que había sobrevivido en un Cosmos injusto y cruel.  
Pero la llegada de los Shevar podría parecer la forma en que aquel Universo quería acabar con el remanso de paz que era aquel planeta. Los Shevar tenían una nueva reserva de comida, dándoles la bienvenida. En cuanto cruzaron el umbral, se desató un infierno sobre el paraíso. No importaba que la Física de este nuevo lugar les dificultara el paso, los volviera torpes, porque era su número lo que asustaba, y no dejaba de aumentar mientras cruzaban. La comida, la esencia vital de este mundo, se agotó demasiado pronto, carcasas vacías que antes fueron plantas y animales dominaban un paisaje antes maravilloso, ahora aterrador. Y, además, el portal había desaparecido al poco de haber acabado aquella invasión. El enorme grupo de Shevar había quedado aislado en un nuevo Universo.  
Aun así, no se dieron por vencidos. El grupo contaba con uno de los Hechiceros más poderosos de su especie. Este había guiado su gente a través del portal, había tomado la primera vida y había consumido también la última. Y era esta figura de autoridad la que debía encontrar una solución a la repentina sequía de energía.  
La contemplación no era habitual en los Shevar, pero los Hechiceros la requerían para comprender su entorno y manipularlo a su gusto. El Hechicero del nuevo Universo había dedicado su tiempo a observar el firmamento, consciente de que debía aprovechar este tiempo para ayudar a su hambrienta gente. El cielo no era igual que en su hogar, y todo parecía vivir en una falsa calma. Los puntos luminosos de la bóveda celeste debían parecerse a las grandes y rugientes llamaradas de su Universo. Y si así era, debían tener hogares de otras criaturas a su alrededor.  
Debían llegar hasta ellos.  
La esencia vital de este Universo, como ya habían comprobado, era compatible con su existencia. Y conocían la forma de hacerlo: debían crear las grandes barcazas que surcaran el éter, o cual fuera la sustancia que cubría las distancias interestelares. Solo tenían un inconveniente: necesitaban entender mejor la Física de este Universo, y adaptarla a sus conocimientos aeroespaciales y arcanos.  
Sin embargo, debían darse prisa. La misma esencia vital que los mantenía vivos podría desvanecerse mientras no pudieran reemplazarla. Con lo que habían devorado, podrían aguantar muchas traslaciones hasta que estuvieran listos para partir; con el inconveniente de no haber dejado reservas, eso sí, no podían perder el tiempo y dominar la Física de este Universo como lo hicieron en el suyo.  
Así pues, la galaxia en la que se encontraban aún no conocería la devastación de los Shevar más allá del mundo al que llegaron. El hambre podría, eso sí, acelerar sus proyectos y salir en busca de nuevos mundos, preocupándose solo por su propia supervivencia, aunque esta significase la destrucción de otras especies.  
Pero también cabía la posibilidad de que los Shevar y su esencia vital arcana desaparecieran antes siquiera de empezar su periplo por un Universo desconocido…  

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