viernes, agosto 17, 2018

Relatos de la Ascendencia - Mebes

Rodaba a gran velocidad por los verdes prados, sin preocuparse siquiera de poder chocar con cualquier obstáculo. Su gelatinosa estructura podía resistir cualquier impacto, y, de todas formas, sus progenitores estaban a una distancia segura: ni demasiado lejos para no atenderla, ni demasiado cerca para molestarla.  
La cría de Mebes bajó por una pequeña colina y volvió a subir. Su gran estructura unicelular recogía lo que se pegaba a su membrana: si encontraba comida, la absorbía; si no, los filamentos simplemente la desprendían mientras la Mebes seguía deambulando libremente. Era lo habitual entre las crías de su especie, y hasta el siglo de edad eran muy activas y alocadas para los adultos, pero todo Mebes debía pasar por esta etapa para acostumbrarse a su entorno. Además, el vínculo entre progenitores y prole era muy fuerte en toda la sociedad Mebes, y la más mínima señal ponía sobre aviso a los padres de la criatura.  
Como sucedía en ese momento.  
Había dejado de rodar frenéticamente y se acercó a sus progenitores. Pero la forma en que lo hacía era muy lenta y desanimada, no rodaba con la energía de antes. No era simple cansancio, había algo más. Algo que sus padres no sabían qué podía ser.  
Ciclos después descubrirían que su criatura solo era una de las muchas que empezaron a sufrir aquel mal que estaba cebándose con las nuevas generaciones de Mebes. Y el mal se había cobrado otra víctima. 
 
Tiempo. El tiempo estaba en contra de los Mebes en todo momento. Cada minuto, cada segundo, contaba. Para muchos, sonaba a tiempo perdido, pese a las muchas estimaciones que se habían hecho. Los había que querían resultados inmediatos ante el virus que había condenado a su prole.  
Nadie sabía cómo había podido surgir. Aquel virus apareció de la nada, sin aviso, y los Mebes más jóvenes sufrían los estragos de aquel ser microscópico. Empezaba como un simple agotamiento, luego los corpúsculos, visibles a través de la membrana transparente, se iban deteriorando, hasta que el mismo núcleo se deshacía y la cría moría. Fueron primero casos aislados y no tardó mucho en expandirse como la plaga que era. Extrañamente, los Mebes adultos no parecían verse afectados por dicha enfermedad.  
Pese a las dificultades que suponía su propia fisionomía, los Mebes eran investigadores por naturaleza. A falta de laboratorios, su propio cuerpo era un campo de pruebas para cualquiera cambio genético que supusiera una evolución en su especie, o para probar la resistencia contra cualquier patógeno. Eran rápidos a la hora de alterar su material genético para adaptarse, y su buena memoria hacía que ninguna variación fuese permanente, yendo y viniendo según les fuera adecuado. Pero por mucho que investigasen, por mucho que aislaran el virus y lo inocularan en adultos, no pasaba nada. Era imposible obtener una cura: el virus desaparecía al poco de entrar en el sistema adulto, y los jóvenes infectados morían sin remedio. 
Durante ciclos, los Mebes pensaron en qué podían hacer. El imparable crecimiento de su especie se veía truncado por semejante virus, y pese a su longevidad, temían que la falta de nuevas generaciones acabara con ellos. Además, el vínculo familiar que todo Mebes sentía se resentía, sumiendo a muchos adultos en un pesar que podía, en algunos casos, ser letal. Pero no había una solución a corto plazo.  
 
El Gran Progenitor era considerado el primero de los Mebes. Había vivido más que cualquiera de sus congéneres, y pese a las variaciones genéticas que habían surgido con el tiempo, y que la reproducción se volviera sexual para favorecer dicha diversidad, todos partían del mismo sitio. Y era el Gran Progenitor de los Mebes quien tuvo una idea.  
¿Y si el problema era su propio mundo? El virus moría en contacto con los adultos, solo afectaba a los jóvenes. Si las generaciones anteriores encontraban la forma de huir de aquel planeta, ¿podrían criar una nueva generación sin que esta se viera afectada por el mal? Era una posibilidad como cualquier otra. Pese a que la idea sonaba a locura para muchos, ¿quién podía negar la sabiduría del Gran Progenitor?  
La desesperación hizo que, al final, los Mebes vieran en la exploración espacial su única vía de escape. Los Mebes adultos y sanos abandonarían este mundo, y podrían seguir la estirpe de su especie sin temor a un virus destructor. Un entorno totalmente limpio, sin el temido virus, y su procreación podría seguir adelante, tanto en las grandes naves que construirían para dejar este planeta como en los nuevos mundos que pudieran visitar.  
Aun así, los Mebes tenían una seria duda: ¿qué hacer con aquellos que estaban infectados? ¿Dejarían a esta prole enferma a su suerte o los que se quedaran en este mundo seguirían investigando para que el planeta que vio nacer a los Mebes pudiera seguir siendo su hogar ancestral?  
El Gran Progenitor había estado pensando sobre ello, aunque no demasiado tiempo, pues la respuesta era evidente: ningún Mebes sería abandonado. Aunque la solución que disponían en ese momento estaba en las estrellas, si podían encontrar otra en su mundo, no iban a dejarla pasar. Aunque llevara tantos ciclos, los Mebes no debían perder la esperanza de encontrar una cura mientras se expandían por el Cosmos. 
Los escépticos, sin embargo, plantearon una nueva duda: ¿qué pasaría si al llegar a un nuevo mundo los Mebes se encontraban con una plaga igual o peor que la que ya estaban sufriendo? ¿Y si encontraban especies hostiles en su camino? ¿Qué harían?  
El Gran Progenitor sabía que los Mebes actuarían en consecuencia. Habían medrado en su mundo, templado y agradable, y se adaptarían a las nuevas condiciones. Su material genético variaría, mutaría, evolucionaría si hiciera falta. Y pese a que hubo quien seguía sin estar convencidos, fue una inyección de moral ante la catástrofe por la que pasaban. Debían proteger cualquiera que fuese su prole, ya viniera del planeta natal o de cualquier otro punto del espacio.  
Pronto, de todos modos, serían capaces de navegar entre las estrellas, y sabrían con certeza si la solución que les proporcionó el Gran Progenitor era la correcta… o si, por primera vez en su milenaria existencia, estaba equivocado.  

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