Su mundo se estaba quedando pequeño. Los poderosos Snovemdomas, tan grandes y fuertes como ligeros, habían dominado las tierras más allá de su tundra natal. En un planeta de alta gravedad, su imponente aspecto cubierto de pelo y su larga trompa ocultaban unos cazadores veloces e incansables, de huesos huecos pero resistentes. Eso era lo que les había permitido expandirse, creando pueblos que acabarían convirtiéndose en ciudades, hechas de materiales compuestos y ligeros, como ellos. Los Snovemdomas eran supervivientes, y su intelecto y su tecnología eran tan destacables como sus habilidades para la caza.
Y, pese a ser sensatos y no abusar de sus territorios de caza, sabían que podían llegar más lejos y descubrir nuevos lugares, no podían ver un final a su expansión.
Ese deseo había estado alterando las mentes ya de por sí inquietas de los sabios de cada tribu de Snovemdomas, en cada punto del globo, en cada región ocupada. Pero hasta los más sabios necesitaban una autoridad superior para poder encaminar sus pensamientos, y esa autoridad seguía en el lugar de donde surgieron y de la que salieron hacía generaciones. El Dovahmon, el sabio de entre sabios, vivía en la Gran Tundra, pasando el manto del liderazgo a los más dignos. Era él quien tenía la respuesta a todas las preguntas…