viernes, agosto 24, 2018

Relatos de la Ascendencia - Oculons

Las líneas estelares eran el único medio que permitía la unión entre sistemas. Las distorsiones del espacio y del tiempo entre las estrellas cambiaban con el paso del tiempo, y cualquier especie que dominara el viaje espacial sabía que debía estudiar estos túneles, que generalmente encontraban por casualidad, para seguir con su expansión. Solo con las herramientas más potentes se podían estudiar y analizar, e incluso predecir cualquier cambio en las líneas estelares.  
Los Oculons no lo necesitaban: ellos eran sus propios detectores de líneas estelares. Eran telescopios vivientes.  
 
El Jhitan, el Observador Lejano, era la figura que más destacaba de la sociedad Oculon. No solamente por ser elegido de entre los miembros de su especie con la visión más aguda, sino también por su conexión con las fuerzas místicas que rigen el firmamento. Allá, por encima de los suyos, el Jhitan observaba el tapiz que, desde que alzaron su gran mirada, había fascinado por su belleza a los Oculons. Cada vistazo, cada contemplación revelaba nuevos detalles en el cielo, en las estrellas, en toda la galaxia.  
Y es que los Oculons poseían un sentido de la vista extremadamente desarrollado. Básicamente eran un gran orbe cristalino, con un iris radiante y de diversos colores, pegado a un cuerpo con dos cortas pero robustas piernas que aguantaban aquel ojo gigante. Su comunicación era prácticamente visual, a veces con la intervención del tacto o de un cada vez más atrofiado oído. ¿Para que les haría falta cuando el enorme globo ocular de un Oculon podía vislumbrar hasta el más microscópico detalle? No necesitaban más, pensaban a menudo. 
Su vista les daba toda la inspiración que necesitaban, pero sobre todo eran las estrellas las que llamaban a su lado más místico. La cultura Oculon era tan astronómica como astrológica: no solo estudiaban los movimientos de los cuerpos celestes, también miraban aquellos puntos de luz para establecer una simbiosis con el Universo que los rodeaba.  
El Jhitan, como hacía siempre, y como cualquier Oculon medio, miraba el cielo estrellado para embriagarse de aquella maravilla. La delgada atmósfera y las escasas nubes permitían contemplar un espectáculo de luces radiantes, unas más lejanas que otras. Y en sus observaciones eran capaces de ver las rutas que unían las estrellas… y que llevaban a los muchísimos mundos que allí se encontraban.  
En sus observaciones, los Jhitanes pasados habían contemplado que los planetas lejanos tenían movimiento. Ni sus ojos eran tan potentes para ver más allá de las nubes o las atmósferas más espesas, pero eran capaces de detectar el movimiento de las naves que iban y venían entre sistemas planetarios y estelares. Y el conocer las líneas estelares les ayudaba a observar la expansión por el Cosmos de aquellos seres.  
Los Oculons habían desarrollado la comunicación interestelar mucho antes de poder siquiera soñar con sus propias naves espaciales. Su deseo de saber más sobre las estrellas lejanas, sobre sus mundos y sobre sus habitantes los llevaron a un salto tecnológico que, en una especie tan mística y supersticiosa, parecía imposible. Pero no querían aún alejarse de su hogar, de sus maravillosas estrellas ni de su belleza, por lo que primero necesitaban comprobar que, realmente, no estaban solos.  
Y lo habían logrado. Y, con ello, habían detectado señales de otras especies, presuntamente inteligentes. Por una vez en su larga existencia, tuvieron que darle también protagonismo a su casi desaparecido oído, ya que no solo había imágenes y letras en idiomas que tardarían en comprender.  
Llevó ciclos poder descifrar solo una pequeña parte de uno de tantísimos mensajes, y reinterpretarlo para convertirlo en un saludo de los Oculons a la galaxia. Lo que pilló desprevenida a la sociedad Oculon fue el encontrarse con una respuesta casi inmediata.  
 
Los primeros en contactar con los Oculons se hacían llamar Chamachies. La extrañeza de los Oculons ante las imágenes de aquellos seres escamosos de seis patas se tornó fascinación ante lo que se había convertido en un gran paso para su especie. Y, según se iban entendiendo mejor, supieron que los Chamachies estarían encantados de realizar cualquier intercambio de conocimiento y tecnología que hiciera falta. Los Oculons correspondieron a tan noble propósito con su colaboración.  
Fue este encuentro casi fortuito el que, finalmente, ayudó a los Oculons a dar el salto que esperaban: el viaje espacial. Los Chamachies habían compartido lo que sabían sobre la exploración galáctica y, a cambio, varios Oculons se enrolaron en las naves Chamachies, convirtiéndose en navegantes del mar de estrellas que admiraban.  
Pero, sobre todo, lo que esperaban era encontrarse con los cielos de otros planetas. Las imágenes holográficas que algunos Chamachies enseñaron a los más curiosos de entre los Oculons les habían intrigado. Sabían que su mundo era solo una pequeña parte de una gran galaxia, y las imágenes seguramente no hicieran justicia a la realidad, pero ¿cómo sería contemplar, con su propio globo ocular, un cielo alienígena, con otras estrellas y otras disposiciones?  
Las traslaciones pasaban, mientras tanto, tranquilamente en el mundo de los Oculons. Muchos aún ansiaban entrar al servicio de algún crucero Chamachie, o que sus propias naves estuvieran listas. Mientras, solo les quedaba contemplar su propio cielo, mientras anhelaban conocer otros.  
El Jhitan también esperaba, algún día, poder observar alguno de los millones de firmamentos que había en el Cosmos antes de su fin.  

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