Una pequeña introducción antes de ir al relato en sí: envié «Cronovandalismo» el año pasado para la convocatoria de «Visiones 2021», en la que la temática giraba alrededor de los viajes en el tiempo.
El relato que os dejo a continuación lo presenté casi a última hora, después de intentar buscar alguna idea y cómo enfocarlo, ya que, admito, pese a haber visto y leído sobre el tema, no se me da nada bien. Así que me llevó a retorcer un poco cómo quería que fuese mi historia, dar algo de ambigüedad, tanto en quién deja este mensaje como en si sus actos son realmente buenos o malos o cualquier cosa entre media, jugar también con nuestra percepción sobre los viajes en el tiempo...
... Pero sé que no cuajó. Me lo veía venir, porque ya digo que fue muy al límite y, a pesar de darle varias vueltas, no tenía tiempo para buscar lectores beta y fue a la aventura.
Aprovechando que hoy ha sido la selección para el «Visiones 2022» (para el que intenté también escribir, pero esta vez no conseguí nada satisfactorio), subo el relato tal cual lo mandé el año pasado.
Cronovandalismo
Ser crononauta es una mierda.
Pero es mi mierda. Y me encanta. Es
adictiva, la puñetera.
Me imagino que quienes estéis
leyendo este extracto os habréis parado y vuelto al principio, hacia la palabra
«crononauta», intentando averiguar su significado. Igual os suena sin tirar de
diccionario…
Aunque voy a suponer que no todo el
mundo aprendió griego en el colegio o en el instituto, así que seré amable. Os
explico el término: khronos es tiempo; y naútes, navegante. Igual
que astronauta se refiere a quien viaja por el espacio, yo, como crononauta,
viajo por el tiempo.
Sí, es así, tal y como suena. Os
estoy imaginando con cara de pasmarote mientras leéis esto, pensando que os
estoy tomando el pelo. No os culpo tampoco, si lo que conocéis viene de la
ficción, os comprendo. Solo que esto no es ficción: es la vida real.
Yo inventé los viajes en el tiempo. Y también soy quien se ha encargado de borrarlos de esta, vuestra época. Que antes era la mía también, aunque cuando viajas a través de los siglos ya no te sientes parte de ninguna era. Te fundes con el Tiempo, así, con mayúscula.